Cuando uno es un turista, por mucho que vaya de viajero, contrate por libre y todas esas cosas, no deja de ser un turista y de hacer cosas de turistas.
En esas estábamos, cuando se nos ocurrió dar un bonito paseo en barco por el río Huangpu (que parte en dos Shanghai) y que dadas sus dimensiones, desde la orilla, más que un río parece el Atlántico.
Allá que nos vamos, y tras previo paso por taquilla (60 yuanes -unos 6 euros por cabeza- que para los precios que se estilan por aquí, es carillo), nos meten en una sala tipo casino de pueblo, con mucho churretón y mucho mantelillo de plástico, pegada al embarcadero y apelotonados con «cienes y cienes» de chinos encantados con la experiencia.
Al cabo de media hora, un señor bajito con una banderita en la mano (aquí todos los grupos de turistas nacionales o foráneos son dirigidos con una banderita ¡ojo al colorín no te vayas con otro grupo!) nos pastorea pero no en direccion al pantalán, no, sino hacia un parking que pasa por debajo del Bund (el parque-paseo desde donde saqué la postal el primer día).
Allí nos embuten en un autobús que no se puede describir (aún nos estamos despegando la roña del vaquero), nos llevan río abajo a un embarcadero choquetín y, empujón va empujón viene (cosa muy china) nos montan en el barco de «Éxodo» todo lleno de sedapones para celebraciones varias. Tras la carrera escaleras arriba, conseguimos dos sillas rotas en pasillo lateral y primera línea de playa (véase la foto). Los 50 prometidos minutos de Love boat se convirtieron en 50 minutos parados, 20 minutitos de sube a la Oriental Pearl da la vuelta y atraca, y en un quédate tirado en el fin de la nada, pues el autobús tercermundista no apareció a devolvernos ni a nosotros ni a los 2000 chinos que con nosotros vinieron.
Lo curioso es que ninguno rechistó. Vendrá entre las citas de Mao a los Efesios. Mientras esperábamos a estribor del barco de refugiados, mi churri no hacía más que quejarse por «la falta de todo de esta gente». Yo pensaba: mientras esto no se hunda…