Me voy a evitar el espinoso tema de Opus (o casi) y voy a hablar de lo realmente importante de Camino: ¡Sale mi cole! Sale la capilla donde hice mi primera comunión y donde hablé por primera y no última vez a mi público, ese que tanto me ama; salen los bancos al lado del despacho de la directora, donde una vez me esperara un psicólogo para hacer un estudio con la más lista y la más tonta del colegio (ya veo a alguno diciendo que yo era la tonta, ya); sale la cancha de baloncesto donde nunca me pasaban la pelota; salen las gradas del patio de donde nos desalojaba Sor Francisca a golpe de castañuela, que tanto valía para llamar al rosario de los viernes como para arrearnos con ella en la cabeza en caso de insumisión; salen las clases en donde me ponían de pie castigada por rajar con mi compañera de pupitre; y sale la escalera de entrada con la clase en formación de foto, de esas que tengo una por curso con la sola ausencia de las dos monjas-cancerbero a cada lado.
Y yo, que nunca fui feliz en el colegio, me sentí nostálgica en medio de esta película dirigida por un chico de mi generación, llena de referentes propios de los que hemos ido a los mismos colegios y a las mismas consultas de médicos indocumentados del barrio de salamanca, de sillones de cuero con chinchetas y mesas castellanas y de diagnósticos errados.
A la protagonista de la película uno de ellos le cuesta un tratamiento tardío que la lleva a la muerte; a mí un indocumentado similar me tuvo un año con los dolores de cabeza más horripilantes que nadie pueda imaginar por no mirar donde debía con un aparato que cualquiera de su especialidad debía de tener en su consulta en lugar de un Lladró. Supongo que de esa época me viene el odio por tan internacional compañía española.
Queridos amigos, en el coñazo del día de mi cabra Curri y de mi Legión, vuelvo a la vida del cine comercial, para acreditar que no hay donde poner los cada vez más escasos euros de mi paga.
A veces, en el cine, pasa como en los toros: que el espectáculo está en el tendido. Pues en Quemar después de leer, lo más entretenido estaba en el regreso de mi Paqui con la voz de Paco Umbral. Apoteósico comentario me hizo en un momento, con su voz grave y al volumen de una sesión de rave, sobre El niño con el pijama de rayas. Se lo dirigía a su amiga Maruchi pero en realidad era un mensaje a toda la muchachada de entre 70 y la muerte que estaba en la sala. Mi primera reacción fue echarla del cine, como a su amiga Loli a la que, contó, la echaron del Real Cinema por llorar mucho en El Pianista. Pero rápidamente me convencí de que era lo más entretenido que me iba a pasar esa tarde con diferencia.
Así pues, coincidiendo con Boyero, porque ya sólo me mido con los consagraos, este filme es un coñazo rajoniano al que uno va para cumplir. Los Coen, a costa de los ahorros de algún fondo de pensiones de paquis estadounidenses con viserilla rosa, han dado de comer a sus amigos y se han pasado unas risas en el set imaginando una trama tontorrona en la que la CIA hace el ridi por culpa de una panda de frikis, a los que bocetan y sueltan al mundo fílmico para hacer el lerdo sin gracia. Una vez que te dan las grandes líneas de cada personaje, no sabes muy bien porque son vigoréxicos, lelos, borracho ni en que ayuda todo esto a la trama. Sólo me reí en la escena del bricolage de Clooney que, por otra parte, no sabes a que santo viene más allá de hacer el gag.
En fin, todo esto os lo cuento porque soy como la amiga no presente de mi Paqui, como la Mari Cruz, que está imposibilitada de las piernas, pero el día que le falte el pico ya veremos…
Como bien pronosticó nuestro crítico anónimo in itinere, a la peli «El caballo de dos piernas» le dieron el premio especial del jurado en el festival de San Sebastián.
No es que me extrañe, el número de gafapastas intensos en esos saraos unido a la retroalimentación de idioteces que se producen en estos caldos de cultivo intelectualoides, lleva a tomar estas decisiones basadas en el famoso principio de «si no entiendo un pijo, es lenta, me aburro y lo dirige un director/a de culto -vaya usted a saber cómo y por qué ha llegado a tener esa consideración- es una obra maestra».
¡Cuánto daño ha hecho Cahiers du Cinema y esa generación de críticos sufrientes! ¡Cuánto intelectual de izquierdas trasnochado ha follado gratis poniéndose misterioso e inaccesible a base de loar obras tan malas como ésta! Un poco más de sentido del humor, pero no de Chiquito de la Calzada (que también) sino del wit inglés no les vendría mal.
En mi reciente viaje a Londres (esto va por el descreido de Santi-Chan) estuve en el reestreno de la obra del nobel Harold Pinter, «No man’s land«. Obra durita (y más con cuatro acentos diferentes) y amarga en la que te ries de lo lindo con el ingenio absoluto de sus diálogos. Esto demuestra que lo bueno no puede ir nunca desalojado de lo inteligentemente ingenioso, y que de intelectualoides venidos a más, que esconden su mediocridad y explotan la nuestra a base de tiburones en formol o lentorrez afgana, habría que mandarlos a galeras.
Mientras espero tener un momento en Chipre (sí, el Tormento’s World Tour continúa la semana que viene en esta isla) para echarme a la cara la tan comercial y alagada Tropic Thunder, cumplo con la misioncilla que tenía pendiente con Los Limoneros, que se presentó en la Sección Zabaltegui de San Sebastián y cuyo estreno este viernes ha tenido agarrotá perdía a esta crítica inconveniente desde hace más de tres semanas.
A que engañarnos, Los Limoneros es una película pequeña, con una gran actriz al frente, Hiam Abbass, que es quien transmite solidez y dignidad a la película, por momentos llena de humor surrealista: ese guardían israelí que oye cintas para pasar vaya-usted-a-saber qué examen con indicaciones como las del título de esta entrada; ese tarugo de marido muerto que escruta el más acá desde una foto colgada en el saloncito de la casa de la protagonista; esa delegación nórdica de apoyo al limonar y su dueña, con la bandera española al fondo.
A pesar de estos momentos, que por supuesto no justifican una película, la película defiende dignamente una historia basada en muchos estereotipos clásicos, lineal y con moraleja, como hay que hacer las películas de toda la vida si no eres Bergman. La película habla de solidaridad entre mujeres de distinta religión y procedencia; de la victoria agridulce de David sobre Goliat, representados aquí por el Ministro de Defensa isralí que pretende cargarse el limonar centenario de una viuda palestina, Salma, sólo porque ha colocado su nuevo chalete (bastante de piojo puesto en limpio, por cierto) colindante con ese vergonzoso muro con el que pretenden arrinconar a los palestinos; de amores imposible entre mujer madura y jovenzuelo; y de orgullo gandhiano ante una vida de las de no tirar cohetes.
Si no sales amando al estado de Israel, es cierto que al menos tiene tribunales. Bastante peores aparecen esos hombres palestinos que van a advertirle a Salma que ojito con faltar la memoria de su marido, el unicejo. Uno acaba temiendo que sean éstos y no los israelies con sus órdenes por escrito los que le prendan fuego al limonar.
Un mundo en el que todos pierden, aunque unos más que otros.
A los que se acerquen hasta aquí buscando la siempre estupenda crónica de Tormento sobre alguna superproducción americana o un intenso dramón coreano, que sepan que no ha podido ir al cine por encontrarse de viaje de trabajo (otro trabajo) en Londres. Nuestra crítica de cabecera volverá a su cita habitual con los lectores la próxima semana. Perdonen las molestias.
Publicado por Tormento el 21 de septiembre de 2008
Sé que me salto el compromiso adquirido con Raza Becaria, que espero que no me mantee, pero observo con preocupación los efectos colaterales que nuestro silencio genera en devotos bloggers que, eso sí, están acreditados en el Festival fetén de San Sebastián y no en el periférico, como nosotras. Leo, pues, con remordimientos múltiples como el pobre Jordi Minguell, quien se sienta en la inauguración al lado de la directora del bodrío «El caballo de dos piernas«, se manifiesta emocionado ante la posibilidad de ver esta infumable película.
Si me atrevo a transgredir el voto de silencio es porque compruebo que la película ya se ha proyectado en el Festival y que Boyero se ha pronunciado sobre ella, y me he dicho, ¿Si Boyero puede, por qué no yo? .
Si amiguitos, la directora Samira Makhmalbaf, hermana de la autora de otro tostón archipremiado para intensos llamado «Buda explotó por vergüenza«, fue la que reafirmó en mí la burricie el viernes pasado, la que me recordó que volver al «mundo popcorn» era la única opción digna cuando a un director/a se le va la cabeza y decide torturar al mundo con la «poesía de su cine».
En cuanto a la cinta, me da igual que la directora sea hija de Mohsen Makhmalbaf, icono del cine iraní y director de Kandahar; me da igual que sea hermana de Hana Makhmalbaf, la del buda explotado; me da igual que el guión lo firme el archifamoso padre y que a la directora el represor gobierno de Irán le prohibiera rodar la cinta y se la tuviera que llevar a Afganistán. Me da igual. Nada más empezar la película supe, presentí, sentí, que era absoutamente fatua, intelectualoide, flatulenta e innecesaria. Sólo con leer la nota de prensa uno se da cuenta de a qué genero de impostura nos enfrentamos:
«La directora desgrana un violento y amargo relato centrado en la relación entre un joven campesino y un niño al que una mina le voló las piernas. El primero encuentra trabajo transportando al segundo, hecho que sirve a Makhmalbaf como metáfora de «la metamorfosis del ser humano en animal en una sociedad construida a partir del abuso y el consumo, donde impera la darwiniana ley del más fuerte.»
Aunque Boyero coincide con que la película es un tostón, le da 20 minutos de gracia y le perdona la vida, al usar un tono menos radical. Me temo que los críticos que salieron echando pestes del cine como nosotras evitarán mi tono descarnado y descarado, y se irán por los cerros de Úbeda para evitar que les den de baja en la lista de críticos a invitar.
Por eso, imagino, los bloggers somos la peste de las agencias de comunicación, una panda de indocumentados incontrolados que dicen lo que piensan sin miedo a las consecuencias. Así que, con grave riesgo de excomunión y de no ser nunca jamás invitada a un estreno, me solidarizo con el gobierno iraní en su más que acertada decisión de no permitir estos 96 minutos eternos de tortura inane.
Por cierto, mantengo el pacto con respecto a la otra película «Los limoneros» una más que digna cinta con momentos memorables, a la que le daremos un sitio en este pequeño mundo el 3 de octubre.
Publicado por Tormento el 14 de septiembre de 2008
Tras el episodio I, que era ya para que me mandaran a casa a descansar, me llama el jefe para saber que había de lo suyo. Le digo, «pues podrías preguntar que tal estoy, porque Ana, un encanto, pero lo de la tarde, de pedir un aumento». «Bueno, del aumento ya hablaremos, que hay mucha crisis -¡coño con la crisis! pensé- pero rapidito a la redacción que te tienes que hacer la crítica de éso que me dices que has visto». «Pero ¿tú me escuchas cuando te hablo? ¡que no puedo contar nada hasta el 3 de octubre!». «3 de octubreeeee…., ya te estás metiendo en un cine a ver un estreno, que hay que hacer la crítica del domingo».
Lo que viene después, pues me lo ahorro. Y casi que me ahorraría también hacer la critica de Wanted si habéis visto Guardianes del Día, ya que comparten director y buena parte de su estética alcohólico-lisérgica. Como desde el viernes estoy en plan «Pollyanna, Wanted me ha parecido una película que da menos vergüencita que Gaurdianes … y que entretiene bastante más: no hay lesbianas ucranianas (lo siento chicos), aunque la Jolie sale desnuda toda tatuada (no sé si son los suyos o son prestados); tiene un guión normalito y previsible al que se sujeta sin muchas incongruencias, lo que se agradece si has sufrido el de Guardianes; sale Morgan Freeman que, por muy mal que lo haga, siempre está sobrio y decente; y la estética del telar binario es del mejor cine, a lo Ju Dou pero en blanco nuclear. El principio recuerda al Club de la Lucha, con sus mesas de Ikea y su canesú, aunque Wanted está muy lejos de ser tan buena.
El director sigue enganchado al vodka y a sus pasillos telescópicos, sus coches que se montan en sitios inverosímiles, sus camaras lentas y sus hermandades milenarias con misión.
En circunstancias normales os diría que la peli es de 7 en Popcorn, que no está mal. Bajo el influjo «two-legs» sólo puedo decir ¡viva la madre que los parió!
Publicado por Tormento el 14 de septiembre de 2008
Ana, a.k.a. Raza Becaria, la única persona que no reside en un geriátrico a la que le gusta Imperio Argentina, se apiada de esta pobre gacetillera comprometida hasta el tuétano con el «mundo canapé» pero sin medio oficial que la ampare, y me invita al pase de prensa previo a San Sebastián de una distribuidora de «todo en pakistaní».
Dos películas, dos, nos tragamos el viernes como una jabatas, mientras curtidos críticos se desnucaban en el asiento, entraban en fase REM, o consultaban el móvil con la esperanza de que una catástrofe nuclear les permitiera huir sin quedar mal con la amable jefe de prensa que les había invitado.
Nos hemos comprometido a no revelar nada hasta el 3 de octubre que es el estreno, aunque me temo que el 18 de septiembre serán los periodistas pata negra que estén en San Sebastián los que os lo cuenten con entrevista a actores y directores incluidas.
Nosotras nos tragamos a palo seco, y yo con un rugido de estómago avergonzante, las dos películas (mañana y tarde) y os puedo adelantar que una de ellas ha sido, sin duda, una de mis peores experiencias cinematográficas. El viernes fue un antes y un después de la crítica de cine en Chiquiworld. Ya nunca más diré que una película es un coñazo, ya que esta palabra, como pasada por el acelerador de partículas que es esta película innombrable, gana una nueva dimensión que te adentra en la angustia existencial y el cabreo sobrehumano.
A la salida era tal el general estupor que se hizo un cineforum in itinere en el que unas comentaban «cómo se atreven a proyectar esto» y otros, mientras trotaban calle abajo nos contestaban «y, encima, le darán algo».
Por eso, amiguitos, desconfiad de los premios de los festivales como hago yo desde hace tiempo, ese tiempo en el que me harté de ser intensa y dejé las salas de versión original en las que te abroncan por sacar unas juanolas. Sólo me daban disgustos. Os confieso que, gracias a esta película secreta, soy una crítica nueva: pido perdón a todos a los que dañé diciendo que El Caballero Oscuro era una mierda ¡pedazo de obra maestra, hombre-por-dios!
NB: Gracias a esta cinta, junto con el índice Popcorn, se incorporará a las críticas el «Two-Legs» que indicará cuanto por encima del coñazo absoluto está la película en cuestión, ya que no preveo que ninguna pueda estar por debajo, es decir, ser más insoportable. Este índice es por gentileza de Raza Becaria, en una creación espontánea en medio del desahogo Gran Vía arriba.
Nunca tuve un poster del Che. Nunca tuve una camiseta del Che. Nunca me interesó un pito la revolución castrista, ni la Sierra Maestra. Cuando la crisis de los misiles, servidora no estaba «ni en la mente del Señor». Fidel y sus discursos de cinco horas vendiendo cacerolas eléctricas como un vendedor de mantas zamoranas es todo mi contacto lejano con lo ocurrido en Cuba a finales de los 50. No sé nada del Che, más allá de su careto recurrente y de su afición por las revoluciones. Si el tiempo es escaso, mi escaso tiempo prefiero dedicarlo a otra cosa que a leer biografías del Che.
Consciente del anatema de importarme un pito el Che, agradecí a Soderbergh que me vendiera la historia de Ernesto Guevara en fascículos coleccionables, ahora que me puedo hacer con los «Rosarios del Mundo» con periodicidad semanal. Pues la hemos vuelto a jorobar, porque como no te vayas a ver la peli como el devoto que se va a Lourdes, lleno de convicciones, fe y conocimiento, acabas hasta la punta del florete de tanta sierra y de tanta evolución entre matojos sin que te cuenten de manera concreta los hechos que ocurren y su trascendencia. No me refiero a escenas tipo Rambo, me refiero a un hilván que permita tanto al que sabe como al que no, salir del cine sabiendo más o saboreando lo sabido.
Alguien me dirá «¡Es que al cine no se va a aprender!». Pues bien, tampoco se va a entretenerse porque la película es un coñazo de colores. Ni Benicio que está sólido, perfecto, hace que el rafting, las batallas urbanas (es un decir lo de urbano) y los actos de «ego te absolvo» del Che sean soportables. Es tan bueno y tan íntegro y la película tan aburrida, que te dan ganas a la salida de hacerte skinhead.
Ausencia de viento, rumbo al cine, encallamos en la isla Hellboy poblada de abundante fauna autóctona, bizarra, colorista, pero de diálogo repetitivo y poco interesante.
La capitana anotó en su libro de bitácora: «Miré a sotavento convencida de que, entre tanto fulgor, me esperaría eldorado. Bien erré en mis apreciaciones, cuan sutil es el engaño que se esconde tras tanto artefacto. No pudiera afirmar que lo visto fuera de escaso talento, empero no alcanzó a calentar mi corazón. Lo más emotivo que mi vista avizoró fue tremenda tajada de dos seres de colores como la enseña de la pérfida nación francesa, que mucho me alegró el alma y en maltrecho estado dejó mi caja de palomitas.
Nada más reseñable en esta isla, pareja a otras muchas, plena de infieles y aletargados guionistas. Va haciendo mella en la tripulación el agotamiento. Temo un motín. Encomiendo mis escasas fuerzas a Nuestra Señora de Todos los Cortos, para que me guíe y acompañe en esta dura búsqueda de la peli perfecta».
El ocio, como el turismo, es algo muy duro: si quieres pasarlo bien hay que trabajar un huevo. Y yo ya no estoy para esos trotes, ando escasa de disciplina. Será porque he abusado de ella y ahora me toca pasar al momento jamaicano de mi vida. Por eso me obligo a no trabajar ¡ando agotá!.
Cuando la planificación te falla y el calor te tuesta hay dos opciones clásicas: el Corte Inglés y el cine. Elijo la segunda y me meto en mi sesión de cuatro de la tarde, rodeada de mis putas de siempre (cada vez más abundantes a pesar de la política de limpieza de nuestro alcalde) y de un número de frikis mayor de lo habitual. Al otro lado del pasillo, se me sienta la loca vieja en la que sin duda me convertiré, llena de ticks, hablando sola y oyendo la radio con los cascos puestos a todo trapo. Empezamos mal y continuamos peor. Al fondo de la sala se sienta un maromo con camiseta-Nadal y cuerpo de botijo que deleita a sus amigos y al resto de la concurrencia con todos los detalles del Real Madrid: historia, fichajes, retransmisión en diferido del partido del miércoles, y una larga serie de consejos que él, cargado de autoridad, daría a Schuster.
Tres zanguangos, uno con cuerpo de McDonald y otros dos con pinta de tener una novia que se llame Jessi, deciden trotar por la sala y cambiar de sitio cuatro veces aprovechando que hay mucho sitio y que hay que airear la neurona única que traen de serie.
Con este mambo recibo como una bendición Bangkok Dangerous. Convencida como iba de que era un ñordo, pues me distrajo, mira tú. Nick sigue sin acertar con la peluca de la Nancy y anda con unas guedejas como de plástico que no le hacen ninguna falta, pero parece que ha bajado la dosis de botox y se le puede mirar con menos asco. Sale mucho Bangkok, del que soy muy devota, y entre éso y que me gusta como dirigen los asiáticos, eché la tarde antes de irme a la sudorina del gimnasio.