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Archivos de la categoría ‘Tormento’
Publicado por Chiqui el 8 de marzo de 2023
Publicado por Tormento el 8 de julio de 2015
Delante de una sartén en la que mi madre freía sus famosas patatas al montón tuve mi primera sesión de terapia. Mi madre, dotada de una descarnada capacidad de análisis práctico y un carácter poco dado a las ñoñerías, incluyendo en ñoñería la depresión profunda y los ataques de pánico, me dio la siguiente contestación a mi estado de turbación nerviosa, mientras daba la vuelta con pericia al patatamen:
– Hija, en esta familia hay vino y locos a partes iguales. Los nervios están ahí y tú aquí –hizo una línea divisoria con la espumadera-. Te pasarás toda tu vida luchando con ellos, no tendrás descanso, pero tu obligación es mantenerlos a raya para no ser un tostón. Comprenderás con el tiempo que la capacidad de los demás de soportar penas es muy limitada y que contándolas sólo entretendrás a tus amigos, a los que alegrarás el día porque eres muy lista y eso molesta mucho. Ya lo sabes. En el caso de muerte de seres queridos, la tolerancia a la pena no pasará de 15 días. Durante ese tiempo, te preguntarán y harán como que se conduelen. Pasado el plazo de luto consuetudinario, hacer el más mínimo comentario o lucir ojeras sin corrector se despachará con una palmadita rápida y cara de “que pesada es esta señora”. Prepárate ya, así vas adelantando trabajo.
Publicado por Tormento el 20 de febrero de 2011
Siguiendo el formato estandar ISO 83900 My Mother’s Sayings Management, parte 2, yo también he sido joven y bailarina, no tan mona como la Portman pero con un elegante empeine. Tan frágil era yo que me he pasado todo Cisne Negro recordando las torceduras, las lesiones de ligamentos cruzados, las uñas perdidas y halladas en la punta de la zapatilla y las batallas por ver quien llevaba las medias mas raídas y a quien le quedaba mejor el cache-coeur.
Todavía me veo en el espejo escrutándome el cuerpo en busca de una grasa inexistente, rodeada de prodigios físicos que eran capaces de hacer equilibrios imposibles sobre tobillos feísimos pero como salidos de Megaestructuras; y de ese profesorado sin piedad dotado de un bastón para llevar el ritmo, que en realidad valía para arrearte en cualquier cosa que sobresaliese.
Y es que no se baila montada encima de unas puntas minúsculas, sin caerse y sonriendo, siendo blandengue y pasando el ratejo. El ballet profesional es de tal dureza que hay que desconfiar de alguien que haya sobrevivido a semejante entrenamiento sobrehumano, puede ser letal.
Así que desde este pobre conocimiento, puedo afirmar que una bailarina como la Portman de Cisne Negro, de las que hay a porrones, por mucho que alucine por el hambre y le dé al sexo lésbico (ya veo a alguno animándose), dificilmente se convierte en un par de relevés en una bailarina con alma. Por eso, porque la pretendida coreografía rompedora para la que la protagonista se ha de convertir en un putón me parece ramplona y poco interesante y porque, a pesar de discrepar de lo más granado del critequerío de este país, no hay un verdadero crescendo narrativo sino una sucesión de alucinaciones deslabazadas, Cisne Negro me aburrió lo que se dice bastante.
Si a pesar de todo sucumbís, os propongo que os entretengais intentando encontrar a Winona Rider. Esta pobre sí que ha sucumbido.
SPOILER: Unos minutos musicales de efectos visuales de la peli.
Publicado por Tormento el 26 de noviembre de 2010

Dios premia al turista empollón con la sabiduría plena y le otorga el conocimiento que cabe en su guía. Bien está como senda iniciática si es que alguien es capaz de recordar algo de lo que le han contado o leído. Los habrá que tuesten la oreja a quien se deje, pero correrán el riesgo de que el que le escucha le espere a la vuelta de la esquina con su propio rollo y, lo que es peor, con su lista de sitios con encanto que sólo él y dos millones más de lectores del mismo suplemento semanal conocen.
Son las consecuencias perniciosas de las líneas de bajo coste y de la pérfida interné y su maligno Google.
Yo he tirado directamente la toalla: a estas alturas sé que me aburre soberanamente el arte sacro, que vibro poco con el Renacimiento y que los romanos para las películas de peplum. Así que no tengo esperanza alguna de cultivarme aunque sigo perseverando por si, de pronto, tras mucho dolor de pie, soy premiada con la iluminación.
Y así ha sido en una exposición de Caravaggio sin Caravaggio (¿tienen o no tienen huevos estos florentinos?) al descubrir a la pintora Artemisia Gentileschi. Su Judith cortándole la cabeza a Olofernes deja en pañales a Dexter. Para mi pobre gusto, lo más destacable de algo que debí dejar como asignatura pendiente.
Nota Bene: es que sólo las chonis han venido a Florencia?
Publicado por Tormento el 25 de noviembre de 2010
O Sthendal era un cursi o yo soy una borrica.
Teniendo en cuenta que él es un escritor universal y yo una gacetillera de tres al cuarto, está claro que el es el que está en lo cierto y yo no. Me encantaría morir de un ataque de belleza, pero lo que Florencia me produce no es ni más ni menos que un ataque de horror estético.
Y eso que comienzo este post delante de la Venus de Botticelli, sucia y descolorida, en una sala heladora, horriblemente iluminada y llena de gente fea que se ha visto arrastrada como yo a este parque temático de presunta belleza llena de gente maleducada hasta el moño de turistas tan maleducados como ellos. Las diferencias de los Uffizi con una cadena de despiece de canales de ternera es … Ninguna!!!!
Ya llevo los suficientes años de visitas museisticas para distinguir un museo sacacuartos tercermundista de una galería decente: en los primeros las piezas, todas ellas excepcionales, se alinean con malas cartelas, mal iluminadas, hechas una pena. Se espera del visitante que se compre la guía o cotice por la audioguía, mientras carga con su paraguas, bolso, abrigo e iPad, porque no te dejan depositarlo en el guardarropa. Claro, es gratuito y no se debe abusar.
La Venus casi verde por la luz mira de lado cándida y triste a la espera de una administración decente que se gaste algo en bombillas.
Publicado por Tormento el 24 de noviembre de 2010
He venido a Florencia en visita relámpago y desde que he pisado esa estación inhóspita en donde hay que pagar 1 euro por mear (hay más protección en los baños, con su torno y sus puertas de cristal accionables, que en los trenes) he decidido que aunque vengo para nada, esa nada se me va a hacer eterna.
Así que he decidido que como la eternidad es muy larga, es mejor que te huela bien… Y me he dado un homenaje, de los baratos, en la Farmacia de Santa Maria Novella. Y no la que hay en la estación de tren, sino la de Via del Scalla, 16, la que lleva elegantemente perfumándonos la vida desde 1612. La conoce todo el mundo así que no os estoy descubriendo nada. Espectacular entrada como de hotel de lujo y encantadoras vendedoras que soportan entre estoicas y vigilantes a los grupos de españoles asilvestrados que no han aprendido aún que nuestro natural gracejo a lo Los Serrano ni es natural ni tiene puta gracia fuera de nuestras fronteras…
Y en lo que me respecta, pues tampoco dentro.
Publicado por Tormento el 23 de noviembre de 2010
En mi tránsito desde el odio a Roma hasta el total enamoramiento en el que me hallo en estos momentos, mucho tiene que ver mi 64.
A pesar de que siempre vaya petado, ora de diligentes trabajadores, ora de turistas aguerridos camino de San Pedro, ora de los dos, para mí el autobus 64 ha sido como mi madre, mi padre, mi patria…
Me ha cogido de noche del centro de Roma cuando mi estado era calamitoso y tenía los pies como almendras garrapiñadas; me ha llevado a trabajar unas veces en sentido este y otras en oeste, pero siempre evitándome las caminatas kilométricas que el sistema de metro de esta ciudad-parque-arqueológico me hubiera impuesto; me ha permitido quitarme de en medio y en un ratito las obligaciones turísticas de San Pedro/Piazza Navona/Panteón/Campo de Fiore; en fin, me ha dado la dignidad perdida después de hacer el turista.
¡Gracias autobús 64!
Publicado por Tormento el 21 de noviembre de 2010
La temporada «postconcilium trentino» ha llegado a De Ritis. Este año se llevan las casullas en tejidos orgánicos para evitar esa sudoración tan molesta de la castidad, con cortes amplios que mejoran la elevación de manos en el momento de la consagración. Las mitras han recortado su altura en consonancia con estos tiempos de crisis en que las iglesias no se pueden permitir pasar el plumero, evitando así esas molestas telas de araña que tanto afeaban este complemento que si duda es un must esta temporada.
Para evitar el total look, proponemos unos alegres estampados de la Sagrada Familia en punto de cruz que, combinados con un básico de temporada como la casulla verde esperanza, dan ese aspecto decontracté tan necesario para el acercamiento pastoral.
Nuestra línea femenina repite «clásico»: la chaqueta de punto gris con cremallera hasta la barbilla, que este año se reinventa en unos revolucionarios azul marino y negro. Un jersey llamado a convertirse en un must para el fondo de armario de la Sor actual.
Publicado por Tormento el 17 de noviembre de 2010
Yo confieso que soy culpable de que en Roma no se pueda dar un paso, de que seres absurdos vestidos de gladiadores egomaniacos pongan cascos sudorosos a los turistas en la puerta del Coliseo para sacarles una foto y la pasta, de que me estafen los taxistas, de que no funcione la Visa justo cuando soy yo la que va a pagar.
Pensaba echarle la culpa a los turistas pero ¿y yo que soy? ¿un ser superiormente dotado que viaja pero no turistea? La respuesta es no (excepto en lo del ser superior). El mundo está descubierto, agostado, fotografiado hasta la nausea. Los recorridos son los mismos y nadie se resiste a no hacer el check list de los «monumentos que no puedes perderte» no vaya a ser que te pregunten a la vuelta.
Por mucho que me integre en el paisaje hasta cuando quiero ser diferente hago el turista. Así que yo y todos los que me precedieron, desde los aristócratas del Grand Tour, hasta los horteras del asco-tour, somos culpables de este desastres de seres en chanclas haciéndose fotos con gladiadores desarrapados.
Publicado por Tormento el 19 de septiembre de 2010
Hay personas que se han pasado toda su existencia intentando superar el trauma que les causó Le Samuraï, con un Alain Delon tan crujiente como inexpresivo. Personas que aún no se han recuperado de las tardes de Carrusel Deportivo, las cámaras lentas de Peckinpah y los pantalones de campana. Seres humanos que han preferido el cine sueco antes que volver a soportar esas soporíferas cintas francesas en donde el vacío hace hueco a la pedantería. A todas esas almas torturadas El americano ha venido a despertarle los fantasmas del pasado y, de paso, a descoyuntarles el cuello en cabezada libre.
Comenzamos con tiros en la nieve y continuamos con un momento Italia profunda de encanto similar a los documentales rancios de la 2. En la sala, un matrimonio huye y la dicharrachera señora-loro de tortitas con nata de mi derecha ronca a todo trapo. La miro y parece un cadáver con sonido estéreo. Un gafapasta comienza a chistarle como si dirigiera un rebaño por la Cañada Real. Mientras, Clooney, la alegría de la huerta, nos enseña sus nuevos músculos de pre-anciano y pienso ¡qué pena, hay que ver cómo se ponen los cuerpos! intentando que este pensamiento tan sólido me mantenga despierta con la esperanza de que suceda algo con cierto interés. Y mientras continúa la siesta de mi vecina la película sigue previsible y tostón.
Lo juro sobre la biografía no autorizada de Belén Esteban: la próxima vez me levanto y me voy ¡Aunque sea profanando un cadáver roncador!
Delante de una sartén en la que mi madre freía sus famosas patatas al montón tuve mi primera sesión de terapia. Mi madre, dotada de una descarnada capacidad de análisis práctico y un carácter poco dado a las ñoñerías, incluyendo en ñoñería la depresión profunda y los ataques de pánico, me dio la siguiente contestación a mi estado de turbación nerviosa, mientras daba la vuelta con pericia al patatamen:
– Hija, en esta familia hay vino y locos a partes iguales. Los nervios están ahí y tú aquí –hizo una línea divisoria con la espumadera-. Te pasarás toda tu vida luchando con ellos, no tendrás descanso, pero tu obligación es mantenerlos a raya para no ser un tostón. Comprenderás con el tiempo que la capacidad de los demás de soportar penas es muy limitada y que contándolas sólo entretendrás a tus amigos, a los que alegrarás el día porque eres muy lista y eso molesta mucho. Ya lo sabes. En el caso de muerte de seres queridos, la tolerancia a la pena no pasará de 15 días. Durante ese tiempo, te preguntarán y harán como que se conduelen. Pasado el plazo de luto consuetudinario, hacer el más mínimo comentario o lucir ojeras sin corrector se despachará con una palmadita rápida y cara de “que pesada es esta señora”. Prepárate ya, así vas adelantando trabajo.
Siguiendo el formato estandar ISO 83900 My Mother’s Sayings Management, parte 2, yo también he sido joven y bailarina, no tan mona como la Portman pero con un elegante empeine. Tan frágil era yo que me he pasado todo Cisne Negro recordando las torceduras, las lesiones de ligamentos cruzados, las uñas perdidas y halladas en la punta de la zapatilla y las batallas por ver quien llevaba las medias mas raídas y a quien le quedaba mejor el cache-coeur.
Todavía me veo en el espejo escrutándome el cuerpo en busca de una grasa inexistente, rodeada de prodigios físicos que eran capaces de hacer equilibrios imposibles sobre tobillos feísimos pero como salidos de Megaestructuras; y de ese profesorado sin piedad dotado de un bastón para llevar el ritmo, que en realidad valía para arrearte en cualquier cosa que sobresaliese.
Y es que no se baila montada encima de unas puntas minúsculas, sin caerse y sonriendo, siendo blandengue y pasando el ratejo. El ballet profesional es de tal dureza que hay que desconfiar de alguien que haya sobrevivido a semejante entrenamiento sobrehumano, puede ser letal.
Así que desde este pobre conocimiento, puedo afirmar que una bailarina como la Portman de Cisne Negro, de las que hay a porrones, por mucho que alucine por el hambre y le dé al sexo lésbico (ya veo a alguno animándose), dificilmente se convierte en un par de relevés en una bailarina con alma. Por eso, porque la pretendida coreografía rompedora para la que la protagonista se ha de convertir en un putón me parece ramplona y poco interesante y porque, a pesar de discrepar de lo más granado del critequerío de este país, no hay un verdadero crescendo narrativo sino una sucesión de alucinaciones deslabazadas, Cisne Negro me aburrió lo que se dice bastante.
Si a pesar de todo sucumbís, os propongo que os entretengais intentando encontrar a Winona Rider. Esta pobre sí que ha sucumbido.
SPOILER: Unos minutos musicales de efectos visuales de la peli.
Dios premia al turista empollón con la sabiduría plena y le otorga el conocimiento que cabe en su guía. Bien está como senda iniciática si es que alguien es capaz de recordar algo de lo que le han contado o leído. Los habrá que tuesten la oreja a quien se deje, pero correrán el riesgo de que el que le escucha le espere a la vuelta de la esquina con su propio rollo y, lo que es peor, con su lista de sitios con encanto que sólo él y dos millones más de lectores del mismo suplemento semanal conocen.
Son las consecuencias perniciosas de las líneas de bajo coste y de la pérfida interné y su maligno Google.
Yo he tirado directamente la toalla: a estas alturas sé que me aburre soberanamente el arte sacro, que vibro poco con el Renacimiento y que los romanos para las películas de peplum. Así que no tengo esperanza alguna de cultivarme aunque sigo perseverando por si, de pronto, tras mucho dolor de pie, soy premiada con la iluminación.
Y así ha sido en una exposición de Caravaggio sin Caravaggio (¿tienen o no tienen huevos estos florentinos?) al descubrir a la pintora Artemisia Gentileschi. Su Judith cortándole la cabeza a Olofernes deja en pañales a Dexter. Para mi pobre gusto, lo más destacable de algo que debí dejar como asignatura pendiente.
Nota Bene: es que sólo las chonis han venido a Florencia?
O Sthendal era un cursi o yo soy una borrica.
Teniendo en cuenta que él es un escritor universal y yo una gacetillera de tres al cuarto, está claro que el es el que está en lo cierto y yo no. Me encantaría morir de un ataque de belleza, pero lo que Florencia me produce no es ni más ni menos que un ataque de horror estético.
Y eso que comienzo este post delante de la Venus de Botticelli, sucia y descolorida, en una sala heladora, horriblemente iluminada y llena de gente fea que se ha visto arrastrada como yo a este parque temático de presunta belleza llena de gente maleducada hasta el moño de turistas tan maleducados como ellos. Las diferencias de los Uffizi con una cadena de despiece de canales de ternera es … Ninguna!!!!
Ya llevo los suficientes años de visitas museisticas para distinguir un museo sacacuartos tercermundista de una galería decente: en los primeros las piezas, todas ellas excepcionales, se alinean con malas cartelas, mal iluminadas, hechas una pena. Se espera del visitante que se compre la guía o cotice por la audioguía, mientras carga con su paraguas, bolso, abrigo e iPad, porque no te dejan depositarlo en el guardarropa. Claro, es gratuito y no se debe abusar.
La Venus casi verde por la luz mira de lado cándida y triste a la espera de una administración decente que se gaste algo en bombillas.
He venido a Florencia en visita relámpago y desde que he pisado esa estación inhóspita en donde hay que pagar 1 euro por mear (hay más protección en los baños, con su torno y sus puertas de cristal accionables, que en los trenes) he decidido que aunque vengo para nada, esa nada se me va a hacer eterna.
Así que he decidido que como la eternidad es muy larga, es mejor que te huela bien… Y me he dado un homenaje, de los baratos, en la Farmacia de Santa Maria Novella. Y no la que hay en la estación de tren, sino la de Via del Scalla, 16, la que lleva elegantemente perfumándonos la vida desde 1612. La conoce todo el mundo así que no os estoy descubriendo nada. Espectacular entrada como de hotel de lujo y encantadoras vendedoras que soportan entre estoicas y vigilantes a los grupos de españoles asilvestrados que no han aprendido aún que nuestro natural gracejo a lo Los Serrano ni es natural ni tiene puta gracia fuera de nuestras fronteras…
Y en lo que me respecta, pues tampoco dentro.
En mi tránsito desde el odio a Roma hasta el total enamoramiento en el que me hallo en estos momentos, mucho tiene que ver mi 64.
A pesar de que siempre vaya petado, ora de diligentes trabajadores, ora de turistas aguerridos camino de San Pedro, ora de los dos, para mí el autobus 64 ha sido como mi madre, mi padre, mi patria…
Me ha cogido de noche del centro de Roma cuando mi estado era calamitoso y tenía los pies como almendras garrapiñadas; me ha llevado a trabajar unas veces en sentido este y otras en oeste, pero siempre evitándome las caminatas kilométricas que el sistema de metro de esta ciudad-parque-arqueológico me hubiera impuesto; me ha permitido quitarme de en medio y en un ratito las obligaciones turísticas de San Pedro/Piazza Navona/Panteón/Campo de Fiore; en fin, me ha dado la dignidad perdida después de hacer el turista.
¡Gracias autobús 64!
La temporada «postconcilium trentino» ha llegado a De Ritis. Este año se llevan las casullas en tejidos orgánicos para evitar esa sudoración tan molesta de la castidad, con cortes amplios que mejoran la elevación de manos en el momento de la consagración. Las mitras han recortado su altura en consonancia con estos tiempos de crisis en que las iglesias no se pueden permitir pasar el plumero, evitando así esas molestas telas de araña que tanto afeaban este complemento que si duda es un must esta temporada.
Para evitar el total look, proponemos unos alegres estampados de la Sagrada Familia en punto de cruz que, combinados con un básico de temporada como la casulla verde esperanza, dan ese aspecto decontracté tan necesario para el acercamiento pastoral.
Nuestra línea femenina repite «clásico»: la chaqueta de punto gris con cremallera hasta la barbilla, que este año se reinventa en unos revolucionarios azul marino y negro. Un jersey llamado a convertirse en un must para el fondo de armario de la Sor actual.
Yo confieso que soy culpable de que en Roma no se pueda dar un paso, de que seres absurdos vestidos de gladiadores egomaniacos pongan cascos sudorosos a los turistas en la puerta del Coliseo para sacarles una foto y la pasta, de que me estafen los taxistas, de que no funcione la Visa justo cuando soy yo la que va a pagar.
Pensaba echarle la culpa a los turistas pero ¿y yo que soy? ¿un ser superiormente dotado que viaja pero no turistea? La respuesta es no (excepto en lo del ser superior). El mundo está descubierto, agostado, fotografiado hasta la nausea. Los recorridos son los mismos y nadie se resiste a no hacer el check list de los «monumentos que no puedes perderte» no vaya a ser que te pregunten a la vuelta.
Por mucho que me integre en el paisaje hasta cuando quiero ser diferente hago el turista. Así que yo y todos los que me precedieron, desde los aristócratas del Grand Tour, hasta los horteras del asco-tour, somos culpables de este desastres de seres en chanclas haciéndose fotos con gladiadores desarrapados.
Hay personas que se han pasado toda su existencia intentando superar el trauma que les causó Le Samuraï, con un Alain Delon tan crujiente como inexpresivo. Personas que aún no se han recuperado de las tardes de Carrusel Deportivo, las cámaras lentas de Peckinpah y los pantalones de campana. Seres humanos que han preferido el cine sueco antes que volver a soportar esas soporíferas cintas francesas en donde el vacío hace hueco a la pedantería. A todas esas almas torturadas El americano ha venido a despertarle los fantasmas del pasado y, de paso, a descoyuntarles el cuello en cabezada libre.
Comenzamos con tiros en la nieve y continuamos con un momento Italia profunda de encanto similar a los documentales rancios de la 2. En la sala, un matrimonio huye y la dicharrachera señora-loro de tortitas con nata de mi derecha ronca a todo trapo. La miro y parece un cadáver con sonido estéreo. Un gafapasta comienza a chistarle como si dirigiera un rebaño por la Cañada Real. Mientras, Clooney, la alegría de la huerta, nos enseña sus nuevos músculos de pre-anciano y pienso ¡qué pena, hay que ver cómo se ponen los cuerpos! intentando que este pensamiento tan sólido me mantenga despierta con la esperanza de que suceda algo con cierto interés. Y mientras continúa la siesta de mi vecina la película sigue previsible y tostón.
Lo juro sobre la biografía no autorizada de Belén Esteban: la próxima vez me levanto y me voy ¡Aunque sea profanando un cadáver roncador!