Archivos de la categoría ‘Japón’
Publicado por Tormento el 4 de marzo de 2007
Lo prometido es deuda. Tan pronto estrenaron Cartas desde Iwo Jima me planté con mi cabas de Hello Kitty en el cine en versión original más próximo a mi casa y me la tragué en perfecto japonés.
Adelanto que ese día una Omaita me había dado el té con pastas así que mi percepción de la película se vió sin duda influida por mi estado de cabreo. Adelanto también que llevo con más resignación que la media de los mortales los ritmos lentos, las rarezas de los japoneses, los cambios de tonalidades a lo «Muerte en Venecia» y las películas de Kurosawa. De todo esto tiene la película, así que si os ponen un poco nerviosos cada uno de estos elementos por separado u os sacan de quicio si aparecen combinados, ni piséis el cine.
Como yo he sufrido mucho cine de autor lo llevé bastante bien. Lo que llevé fatal fue el intento de Clint Eastwood de humanizar a los japoneses a base de mimetizarlos en americanos. Empeñado en contar una obviedad -que la guerra es mala- y emperrado en explicar, igual que en «Banderas..«, que se lucha por los compañeros y no por un vago ideal de patria, Clint dibuja a unos japoneses individualistas, bonachones y un tanto Lazarillo de Tormes.
Mientras el superviviente protagonista juega al escaqueiting y Watanabe a general afiliado a Amnistia Internacional, los soldados se hacen estallar con granadas de mano a falta de katanas o se convierten en minas anticarro humanas para reventar los tanques enemigos. Eso, los malos.
Eastwood, llevado por la clásica buena voluntad americana, cree que sólo se puede ser humano siendo occidental. Lo que parece no contemplar como posible es que la dureza de la educación japonesa les haga humanos de una manera diferente. Si no se sabe respetarla es mejor dejar que el ideal del japonés malvado siga siendo Toshiro Mifune.
Y yo sin mi respuesta.
Publicado por Tormento el 18 de febrero de 2007
Viene de Homeless tokiotas
Nos vamos acercando al embarcadero de Hinodi, nuestro destino, pero por error desembarcamos en uno de los jardines menos destacados en las guías pero más espectaculares de Japón: el Hama-rikyu.
Este antiguo coto de caza de los Tokugawa queda al lado del mercado de pescado de Tsujiki y de la zona de negocios de Shimbashi, por eso su parte frontal siempre está llena de oficinistas disfrutando de un momento de paz en esa vida suya que es una continua e inacabada jornada laboral.
Nos perdemos y encontramos el monumento al “pato desconocido” levantado en desagravio a los caídos en este parque a manos de los Shogunes a lo largo de varios siglos.
Hay un lago y, al fondo, un puente y una casa de té etérea que flota casi transparente. Entro, me arrodillo en una de las esterillas que cubren el tatami y pido un té. No es la casa de té más formal ni más lujosa en la que entraré en Japón. Tampoco estoy en la mejor época: demasiado tarde para ver el sakura en flor y demasiado pronto para disfrutar del rojo de los arces en otoño. Pero es la primera.
La camarera se arrodilla para preguntarme que quiero y se arrodilla para servirme la taza con matcha amargo batido y el dulce que siempre lo acompaña. Hace una reverencia. Formando con mis manos un triángulo, pego las palmas en el suelo y, acercando mi frente hasta que las toco, devuelvo la reverencia.
Giro la taza de té batido y miro desde la veranda en dirección al lago donde se reflejan los torturados y resignados pinos centenarios. Y aunque debería pensar en la belleza del momento, no paro de preguntarme como puñetas son capaces de permanecer sentados así. Comprendo entonces cuánto me queda para ser japonesa.

Publicado por Tormento el 11 de febrero de 2007
Viene de Samurais y plexiglás

En la esquina con Asakusa Dori se encuentra el embarcadero. Allí, al otro lado del río Sumida, nos observa el nabo flamígero diseñado por Philippe Starck para el Asahi Beer Hall.
Cogemos un barco en donde es imposible salir a cubierta. Parece que no tienen prevista la posibilidad de navegar con buen tiempo. Nos recibe la guía del barco, con sus guantes y su casquete a lo Jackie Kennedy, y tras la reverencia de rigor, en un perfecto japonés, nos desgrana una apasionante historia llena de frases que terminan en “aimás”.
Como no entiendo nada de la historia oficial me dedico a observar y veo con sorpresa que Tokio es una ciudad que vive de espaldas a su río y que en sus riberas, donde nadie mira, viven sus sintecho, aquéllos que no son dignos; los que no han hecho lo que han debido sino lo que han podido.
Aún así, hasta los que duermen en la calle mantienen el orden y la pulcritud: con una distancia constante separan sus chabolas cúbicas hechas de loneta azul, idénticas, entre las que cuelgan sus perchas con la colada diaria. Los que tienen más posibles viven en tiendas de campaña en forma de iglú. No hay basura ni mendigos sucios. Viven aquí porque saben que nadie mira a la puerta trasera de Tokio que es este río industrial y poco glamouroso.
Según nos acercamos a la bahía de Tokio, desaparecen las chabolas impolutas y comienzan el Tokio que mira hacia su río, el que tiende escalinatas y fachadas para ser vistas.
Publicado por Tormento el 4 de febrero de 2007
Viene de Vergüenza
Tanto leer libros sobre Samuráis de cuando Tokio era Edo y Nihonbashi el kilómetro cero del Tokaido, me traen reverente al templo de Asakusa-Kanon y a la calle Nakamise. Como era de esperar, el Templo Sensoji es feo y la calle Nakamise ya no está bordeada por esos tenderetes llenos de pasteles de arroz, sino de tiendas para nosotros los turistas con falsos kimonos de falsa seda hechos en China. Cogiendo una calle paralela lateral a Nakamise es posible encontrar tiendas con kimonos japoneses de segunda mano, buenos, limpios y baratos.
El mapa indica que estamos cerca de Kapabashi Dori, la calle que suministra a los restaurantes de la ciudad de esos platos que reproducen cualquier menú en resina, desde sushi hasta espaguetti bolognesa.
Publicado por Tormento el 26 de enero de 2007
Viene de Cady Candy
Aunque muchos traducen otaku por nerd, o esos raros aislados conectados permanentemente a Internet, esta figura en Japón tiene unas connotaciones impregnadas por la peculiar escala de deberes nipona. Y por un elemento esencial de su moral: la vergüenza.
En cualquier disciplina japonesa no se espera que se alcance el arte, que es un estado liberador reservado para unos pocos en donde saltarse las reglas está permitido. Sí se exige, en cambio, un conocimiento total y una dedicación devota orientada a alcanzar la maestría.
No es aceptable hacer lo que se pueda; hay que hacer lo que se deba. Y en esa exigencia sin tregua, un millón de jóvenes, mayoritariamente tokiotas, tiran la toalla y se encierran en su habitación negándose a salir. Son los llamados Hikikomori. No se comunican con la familia que, avergonzados, en lugar de tirar la puerta abajo, le alimentan y le dejan en la puerta los paquetes de los encargos que hace por Internet. A los amigos les dirán que han mandado al hijo a estudiar fuera.
Sólo una formación como esta hace posible que existan señoritas en los Depato (centros comerciales) que, tras diez horas, sigan haciendo una reverencia fresca y sonriente mientras te despiden, con su gorrito, sus tacones y sus impecables guantes blancos, a la puerta de los ascensores. Sonríen, dan las gracias y hacen una reverencia, y lo hacen con orgullo y perfección sin traslucir el cansancio ni el aburrimiento.
No son felices, pero hacen lo que deben.
+ info | Crazy Japan!
Publicado por Tormento el 21 de enero de 2007
Viene de Grillos en una manzana

Nuestro destino es Akihabara, en el distrito de Chiyoda. Íbamos buscando los prometidos descuentos en productos electrónicos y nos la encontramos invadida por la estética otaku. Las famosas Maid-Kissa vestidas de sirvientas victorianas minifalderas a lo Candy Candy llenan las calles regalando paquetes de pañuelos de papel con la publicidad de su local. La verdad es que agradecí un regalo tan práctico; desde que me bajé del avión en Tokio me acompañaba un catarro monumental.
Tiene su gracia que fuera a ser en el único país del mundo en donde te miran como un leproso si te llevas un pañuelo a la nariz para sonarte. Atesoro los paquetes y me escondo vergonzantemente por las calles laterales desiertas para sonarme sin que me vean.
Entramos en AZOBIT C, una tienda de seis plantas dedicadas a las reproducciones de todos los personajes de manga y animé, nacional y extranjero. Según subimos plantas, va subiendo la tensión sexual. En la última venden reproducciones a tamaño natural de lolitas con uniforme de colegio a 475.000 yenes (casi 3.000 euros). En un país donde hay máquinas expendedoras de bragas usadas con la foto de la joven propietaria, este tipo de coleccionismo no extraña gran cosa.
Salimos. Llueve pero no refresca, y las japonesas livianas y entaconadas consiguen el prodigio de no mojarse los dedos de los pies enfundados en sandalias de una altura imposible. ¿Cómo lo harán?
Publicado por Tormento el 13 de enero de 2007
Como ya comenté, Mishima y su manera de morir fueron mi primer acercamiento a Japón. Me lo ha recordado el artículo que he leído en En el limbo sobre una de sus obras, El rumor del oleaje.
Comprender qué motivó que Mishima se suicidara de una manera tan rimbombante (Kawabata, su maestro, también lo hizo, pero de manera más discreta) tiene mucho que ver con su carácter narcisista y con la tradición guerrera japonesa. El hecho de que se hubiera dedicado en su vida adulta a intentar ser un marinero mazas tiene todo que ver con su atracción por los hombres y la iconografía gay -como el San Sebastian que describe con tanto morbo en Confesiones de una Máscara y que recreó él mismo en una conocida foto- y con un deseo de hacer de su cuerpo enclenque la representación de un guerrero.
Por eso, por un deseo de superar la derrota de Japón y de revivir de manera folklórica la vida de los samuráis (y de paso, por lo que se cuenta, de ligar) montó un ejército de opereta al que entrenaba en lo alto de un teatro: el Tate-no-kai. Con éste se plantó en el cuartel de Ichigaya para desplegar una proclama, para despertar la conciencia de los japoneses, adormecida por la derrota y las condiciones de ésta. No tuvo eco. Hay una imagen de Mishima con las manos en la cadera y mirando a su alrededor, dándose cuenta de que no valía la pena seguir. Entró y se suicidó. Designó al que se comenta era su amante, Masakatsu Morita, como kaishaku-nin, el que ha de seccionar la cabeza tras el corte de T invertida en el abdomen que se practica el suicida al cometer seppuku. Es tal el dolor que la cabeza queda en posición patibularia. Una buena katana separa la cabeza del cuerpo de un solo corte. Pero Morita le descerrajó tres golpes en el cuello en lo que fue un estropicio de mala tarde de toros. El trabajo lo tuvo que terminar el kaishaku-nin de Morita, Furu Koga. A Mishima no le salió tan bien como en los ensayos que hizo en el relato Yukoku (Patriotismo) y el corto que realizó él mismo sobre este relato.
En el pensamiento político de Mishima duerme el Japón que se suicidó en Iwo Jima antes de rendir la plaza. Y, a pesar de la Wii, ese Japón pervive en el inconsciente colectivo de muchos japoneses. Como ellos, Mishima era profundamente occidental y radicalmente japonés. Estas tensiones, a veces, pasan factura.
Publicado por Tormento el 9 de enero de 2007
Viene de Genji Monogatari
El lío tremendo de Tokio puede convivir pacíficamente con el corte al tráfico para la celebración de una procesión sintoísta.
Este orden es algo que no deja de sorprender pero a lo que uno llega a acostumbrarse. Tokio es la ciudad más silenciosa en la que un humano pueda poner el pie. Sólo aquí es posible escuchar a los grillos en la “quinta avenida tokiota” del barrio de Ginza un sábado por la tarde. Sobrecoge estar en medio de una calle abarrotada frente al edificio Apple y no escuchar más que su cri-cri.
Cogemos la línea de tren Yamanote en la estación de Shimbashi, nos dirigimos sumisamente a uno de los rectángulos pintados en el andén y hacemos cola de tres en fondo. Exactamente enfrente de este rectángulo quedará la puerta del vagón y siguiendo exactamente el orden de la fila entraremos en el tren.
Nos sentaremos con suerte y los tokiotas se apartaran de nosotros sutilmente a pesar de que hemos procurado usar todos los productos antitranspiración del mercado para no ofenderles con nuestro sudor. Nadie habla, nadie usa el móvil aunque está permitido: se considera descortés hacer ruido charlando insulsamente. Así que optan por chatear desde la micropantalla llena de kanjis. Y lo hacen no sólo en el tren, también por la calle; nadie habla por el móvil para no molestar.
Publicado por Tormento el 4 de enero de 2007
Banderas de nuestros padres y Cartas desde Iwo Jima son la cara y la cruz de una batalla, un ejercicio cinematográfico de ecuanimidad que nos propone Clint Eastwood. La primera gira alrededor de la dureza de la guerra y de como se puede ganar con una fotografía y mucha propaganda.
Para lo que se proyecta últimamente, no deja de ser una buena película, a pesar de que tiene poco de original en cuanto reflexión sobre el poder de la mercadotecnia, el comportamiento heroíco y los horrores de la guerra. Esto último ya lo inventó Goya.
Lo que es realmente interesante de esta película es la necesidad que te queda de saberlo todo sobre los 20.000 japoneses acuartelados y escondidos en una isla de nueve kilómetros de largo por dos de ancho, que perdieron la vida en esa batalla, que se suicidaron antes de entregarse, que hicieron de la isla un inmenso bunker desde donde proteger una tierra jamás invadida antes. ¡Qué enorme responsabilidad para un japonés y que deshonra tan inmensa! Te quedan ganas de ver la guerra desde el lado de esos malvados y crueles japoneses vencidos a golpe de bombas atómicas, algo en lo que el cine bélico ha sido bastante tacaño: te quedas con ganas de que estrenen Cartas desde Iwo Jima.
Si es la mitad de buena que Europa de Lars von Trier, valdrá la pena tragársela en japonés. Allí estaremos informando, con telefonillo o sin él.
Nota: Esperad hasta el último título de crédito de Banderas de nuestros padres. Vale la pena.
Publicado por Tormento el 28 de diciembre de 2006
Viene de Cuando un NO es una X
Callejeamos y compramos libros. En las tiendas de libros de todo Japón te forran los libros antes de entregártelos. Tienen forros de papel adaptables a todos los tamaños. Me pregunto si lo hacen para conservar los libros y que duren o si lo hacen para evitar que los demás sepan lo que lees, para evitar, en definitiva, que se sepa quien eres y lo que piensas.
No hablamos japonés, pero es igual: siempre que viajamos a un país intentamos comprar en su idioma original el libro representativo de la cultura nacional. Toca aquí Genji Monogatari, la obra de la escritora de la época Heian Murasaki Shikibu casi desconocida en España hasta que dos casas editoriales han decidido, al tiempo, publicar su traducción al castellano. Una de ellas, por cierto, ha decorado la portada del primer libro con imágenes de la época Edo. Sólo se ha equivocado cinco siglos. El “cuento” de Genji es extenso y nuestro japonés escaso, así que sólo conseguimos hacernos con un comentario de texto y uno de los capítulos que venden sueltos para escolares.
La búsqueda de libros de ikebana clásico resultó infructuosa: en el Japón actual parece que han olvidado el minimalismo de este arte floral y sólo publican libros de fotos llenos de tremendos repollos. Conseguimos, a cambio, un libro sobre los pasos, gestos y elementos de la ceremonia del té y una especie de agenda donde anotar cada ceremonia: fecha de celebración, asistentes, su posición en la casa de té, la taza utilizada en la ceremonia y el jarrón de ikebana empleado.
Ya sólo me queda aprender japonés.