Pues eso, que 2023 sea ese año que siempre recordaréis como el primero de los mejores años de vuestra vida. Sed felices, intentad hacer felices a los demás y no olvidéis que para otras personas sois lo más importante que hay sobre esta tierra. Así que cuidaros mucho. Besos y abrazos.
Hace unos días, Chiquiworld cumplió once (¡11!) años. añitos o añazos. Aunque con cada vez menos género, seguimos al pie del cañón intentando que lo que seguimos ofreciendo siga siendo de calidad. Si antes eran las grandes superficies las que nos hacían la vida imposible, ahora son los puestos de comida rápida (Twitter, Facebook y compañia) los que prefieren los clientes, dejando los blogs solo para los asiduos y los nostálgicos.
Aún así, seguiremos empeñados en seguir trayendo hasta esta vieja bitácora de barrio los mejores contenidos que podamos y la más personalizada atención posible para todo aquel que por aquí se pase.
Solamente era eso. Me he acordado que este querido lugar en el cibermundo cumplía años.
¿Quién de mi época no bailó una canción suya?, o ¿quién de mi época no se enamoró o desenamoró con una canción suya? Junto a mi inseparable Whitney Houston y algún otro más, fue el protagonista principal de la banda sonora de nuestras primeras aventuras con la vida.
Para los altos, para los bajos, para los humildes, para los egocéntricos, para los reunidos, para los que no, para los delgados, para los gorditos, para ti, para mí, para nosotros, para vosotros, para ellos, para la neutralidad, para los que tuitean, para los que no, para las «guapis», para los feos, para los drones, para los jedis, para los acompañados, para los solitarios, para los wookies, para los pokemonistas, para los que descargan, para los que no, para los «influencers», para los consumidores, para los youtubers, para los conectados, para los analógicos, para los emprendedores y para TODOS
Diez años han pasado ya desde que abrimos esa pequeña tienda en una de las calles más tranquilas del barrio. Eran unos tiempos en los que la crisis todavía no había empezado su obscena selección natural. La gente vivía el día a día sin importarle, o si les importaba hacían como si no, lo que les depararía un futuro cada vez más incierto Así, a nuestra vera, hemos visto nacer negocios que iban a revolucionar el barrio con sus nuevos modelos de negocio y estrategias comerciales y al cabo del poco tiempo desaparecer sin hacer el menor ruido. Seguimos al pie del cañon los de siempre, los que. aunque poca cantidad, intentamos ofrecer calidad. Los productos en los que creemos y queremos compartir con nuestros client… digo amigo/as.
Por aquí, pocas novedades, aunque bastante desantendido (ya no llega tanto cliente como antes), procuramos que la casa esté siempre adecentada. También atendemos en Publizia, aunque para un público más específico e intentaremos seguir adelante lo que el cuerpo aguante.
Como todos los negocios tradicionales actualmente, está tienda de ultramarinos virtual está de capa caída. No tiene disponible todo el género que le gustaría, tampoco cuenta con tanto personal atendiendo como había en los buenos tiempos (que los hubo) ni tiene un horario de apertura tan amplios como puede tener un chino o un «supermercado de hipermercado».
A pesar de ello, algunos cosas siguen siendo iguales: la calidad de los género sigue siendo la misma, cada persona que entra por la puerta es única y merece un trato personalizado y aunque últimamente un poco desantendido, ponemos todo el corazón en cada producto que se expone en nuestras estanterías.
Pues eso, que cumplimos nueve añitos en este barrio virtual con las mismas ganas de siempre. Encantados y felices de la vida.
Viajar es lo que tiene. Aunque vayas de turismo al mismo sitio que tu compañero de asiento en el avión, tus sensaciones seguramente no serán las mismas que las de tu vecino al embarcar en el avión camino de vuelta a casa.
Teniendo en cuenta que los puntos de interés de toda la vida no se mueven (en Egipto, las piedras de las Pirámides siguen una encima de la otra, la torre Eiffel no ha cambiado de ubicación en París y el Empire State Building no ha menguado a pesar de la edad), lo que diferencia el viaje de uno y otro son las experiencias que cada uno ha tenido allá donde ha estado.
Es lo bueno que tienen los viajes: nunca sabes lo que puede o no puede suceder. Lo blanco a veces se vuelve negro y viceversa. Lo más maravilloso se convierte en un verdadero tostón y lo más pequeño e insignificante en una experiencia que no olvidarás en tu vida. Resulta que pernoctar en el hotel más caro de la ciudad se convierte en una pesadilla y un triste hotel de carretera al que llegas después de pegarte una paliza en coche de ocho horas se convierte en el lugar donde has pasado una de las mejor noches de tu vida.
Hay que tener la intuición muy entrenada para, de vez en cuando, intentar salirte del guión y vivir momentos de esos que no aparecen en ninguna guía de viajes y que se recuerdan durante mucho, mucho tiempo.
Pues uno de esos momentos mágicos se produjo en un reciente viaje a Londres. Paseando por Picadilly, una de las calles más populares y turísticas de la capital, paramos en un mercadillo. Nada raro, el típico conjunto de puestos donde se venden ositos Paddington, imanes de nevera con el Big Ben y camisetas con la Union Jack. Tras dedicarles escasos cinco minutos y cuando ya nos íbamos a ir, oímos a lo lejos algo parecido a un coro.
Siguiendo el sonido de los gorgoritos llegamos a la puerta de una iglesia embutida en mitad del mercadillo. Se trataba de St. James, un pequeño y escondido templo católico. Dentro, no más de tres personas y al fondo un grupo de músicos y un coro ensayando (el vídeo del post es de ese momento). Se trataba del Dixit Dominus de Handel interpretado, según pude averiguar a la salida, por Esterhazy Singers, y que iban a interpretar en breve allí mismo.
Nos sentamos al fondo para no molestar y pasamos allí más de media hora en silencio, casi solos y absortos. Seguro que no fue la mejor interpretación posible, que la iglesia no estaba engalanada para la ocasión y que los ejecutantes iban de trapillo… Da igual. Parecía como si estuviera todo preparado solo para nosotros, para que llegáramos en ese preciso instante y disfrutáramos el momento olvidando lo que había fuera.
Solo por esa media hora larga ya mereció la pena ir a Londres (con permiso del Palacio de Westminster, Trafalgar Square y la torre de Londres).