Estaba tan harta de ver cutre-cine que me recomendé a mi misma esta comedia británica, de humor inteligente sobre como los súbditos de su graciosa majestad mandaron a Mister Bean a aprobar la invasión de Iraq en el Consejo de Seguridad de la ONU (eso era lo que la crítica sesuda decía).
Empecé mal porque llegué con cinco minutos de retraso, cosa que, los que me seguís desde vuestras pantallicas caseras, me pone como una hidra de siete cabezas cuando lo hacen otros.
A pesar de mi falta de etiqueta, respeté la regla no escrita de esperar en el pasillo sin molestar hasta que encontré un sitio que no tuviera a nadie detrás (otra cosa que me fastidia, pero mucho: el que llega a un cine semivacío y se te pone delante con su cabezón infrahumano o su cardado sobrehumano).
Me siento, dispuesta a comprender esta sátira política de altura, cuando noto una incomodidad indefinida a la altura del lomillo, que aparece y desaparece, y que me sigue allí donde me coloque. Harta pensé que se me había colocado un cafre atrás y que, a base de estirarse, me estaba poniendo el pinrel en las costillas, así que empecé el momento codazo, hasta que me di cuenta, para mi horror, que no era un cafre sino un cerdo: me andaba metiendo mano (una, la otra no quise mirar donde andaba) entre los huecos de los sillones.
Tan desprevenida me pilló, que en lugar de montar un pitote y darle con el bolso, me cambié de sitio. A la salida se creo un agradable cineforum de Paquis y jubilautas, y cuando conté el sucedido, una de ellas salió de la sala en busca de su marido, quien entró como un miura dispuesto a partirle el alma al cerdo en cuestión. De hecho, mis Paquis salvadoras, me dijeron que la próxima vez monte el número sin rubor alguno, que seguro que era más entretenido que el coñazo de película que acababan de ver.
Si os parece que me sobro, os sugiero que leáis la crítica que, de este bodrio sin fronteras que es Luna Nueva, hace mi alma gemela en el borderío, Álvaro Pedraz.
Resulta difícil describir el aburrimiento-vergüenza-ajenil que da esta película: una se pregunta si la han visto entrar en el cine y espera atenta al final de los títulos de crédito, no porque quiera tragárselos en plan intenso-gafa-pasta, sino para evitar encontrarse con alguien conocido. Es que ya no tengo edad de ver películas que ratifican que las adolescentes de ahora son tan ñoñas como mis compañeras de colegio de la época Cuéntame, aquellas que, carpeta con Los Pecos en ristre, mandaban mensajitos a los chicos de los Maristas …..»si mi boca fuera plumaaaaa, y mi corazón tinnnteero, con la sangre de mis veeenas escribiribiria te quieeeero».
Pensaba que una generación que se tatúa hasta el colodrillo, que se perfora hasta el clítoris, estaría hablando de follamientos (o practicándolos) y se habría dejado de los rollos de «uy, uff, creo que le gusto al Jonathan. Me ha besado en la mejilla y me ha llevado los libros hasta casa. Creo que le besaré dentro de un par de años si sigue cargando con ellos».
Lo dicho, un pestiño de colores no apta para personas con sentido del ridículo.
Antes de que se fusionaran contranatura varias teles y mientras me pegaba con la tuerca revenida del perchero Odda, escuché en las noticias de La Sexta (¡hay que ver con lo que éstos y los de Telecinco rellenan las noticias!) que 2012 era la peor película de la década, junto con otras elegidas no sabemos muy bien con qué criterio, aunque bien pudiera ser que la distribuidora o la productora le haya pisado el callo a alquien de la susodicha cadena.
En cuanto a la calificación, discrepo: 2012 no es la peor película de la década, porque ha sido una década de mierda. Sí, es aburrida como ella sóla y absurda como Escenas de Matrimonio, pero anda que no hay películas tan malas o más. Es verdad que, a cualquier persona no entrenada en los boinas verdes para soportar sentado varias horas sin moverse, se le hace una condena a galeras las escenas en las que el prota huye de un suelo menguante, que son prácticamente todas. Tampoco mejora en los homenajes a la Aventura del Poseidón, ni en el previsible happy ending, un Waterworld en plan Love Boat.
Sinde, déjalo, de verdad chata, que defender esto como creación es como elevar a un caganer a la categoría de arte. Si con esto y Avatar pretenden levantar la industria, que se vayan buscando la vida como reposteros.
PD.- Padres con niños, abstenerse. Se tirarán encima de la señora de delante poseídos por el aburrimiento y el exceso de azúcar del Happy Meal.
Después del EBE me quedé un tanto desinflá: mis fans me consideraban una destroyer de campeonato y me echaban broncas-cool por pasarme tanto. Hago la media aritmética del momento bronca, porque si incluyo a mi Dani Seseña, quien no me ha perdonao aún lo de Penélope, no salgo muy bien parada. Eso sí, confesión ante el Penitenciario de la Catedral de la Almudena mediante, Dani me sigue leyendo las borderías aunque sólo sea para echarme la bronca consiguiente.
Así que, con la excusa de una mudanza que deja corta la del último capítulo de los Alcántara, y cantando YMCA, con mi bolsa de destonilladores y llaves allen a la cadera, he dedicado los fines de semana y los restos de una vida más que meneada (y no precisamente por Galli) al montaje de muebles y a encontrar unas bragas limpias en las cajas desparramás por mi caótico… jardín japonés, porque una se muda, trabaja como una jornalera de la frontera mexicana, pero con estilo.
A lo que íbamos, si es que íbamos a alguna parte. Desde aquí os digo que no tengo la sensación de ser mala gente o de pasarme ni medio metro. Seré una integrista del blanco y negro, y me pondré en modo religioso y abuela cebolleta con los tiempos pasados y tal, pero ¿no creéis que ya está bien? Esta década que nos abandona sin haberme dejado disfrutar de ella (los años se aceleran como el cochecito de niño que cae por las escaleras del Acorazado Potemkin) pasará a la historia como aquélla en la que hemos tenido sobreabundancia de todo, un todo de imitación, de los chinos, sin vocación de permanencia. Ha sido una década cocaínica: nos hemos colocado rapidito sin pensar en el mañana.
Y el cine con el que nos han castigado, salvo honrosas excepciones, no mejora la media: hemos tenido mucho, muy caro y muy malo. Que no se extrañen los de la industria cultural si nadie quiere comprar un DVD para conservar esos bodrios y tira de ADSL para ver un screener castañoso. Servidora que se los chupa en el cine da fe de que no mejoran mucho en pantalla grande.
Una vez llorada, os confesaré que tiempo he tenido de ver los estrenos más sonados, que como un mal estudiante, no mejoran la media de la década. Y como ya está muy visto, incluso en esta humilde bitácora, el meterse con la Navidad (¿es que ha llegado? Las zanjas no me dejan ver las luces..) pues esta semana hablaremos de cine.
Ivory Press es el típico sitio que está pensado para desanimar al visitante. No hay escaparate ni nada que indique que haya dentro algo de interés más allá de una oficina. Dos puertas blancas, con cristales opacos te retan a ver si tienes huevos para entrar en el santuario arty- intelectualopijolondinense que ha montando una mujer a la que envidio desde lo más profundo por ser el paradigma de la improductiva de Serrano versión hiperculta: Elena Ochoa a.k.a. Lady Foster.
Si me molestan los estadounideses por las pintas que hasta el tío mas rico se calza los fines de semana, más me molesta la actitud de los memos a sueldo (dos en este caso) que ponen en estas galerías, multiespacio-book shop de lujo. Un par de mileuristas que te miran pensando que ni tú eres digno de entrar en la casa del Señor ni ellos están allí ni para ayudarte ni para venderte nada ¡Total, la dueña es millonaria!
El primero me trató como una pordiosera con vaso del McDonalds que le estuviera pidiendo algo pa’ vino mientras me contestaba a la pregunta de como se accede a la sala de exposiciones. Gracias desde aquí a la amabilísima chica que me trató como un ser humano y además me dedicó una sonrisa encantadora. El segundo me ignoró casi tanto como le ignoré yo a él. Lo que no pude ignorar fue el impacto que me causó la obra de Michal Rovner que había ido a ver ¡Por fin alguien hace algo diferente con el videoarte, algo cálido, caligráfico, arqueológico, inquietante y que no consista en una loca despelujada en pleno ataque bipolar.
Y ahora los mensajes finales, que ando muy mesiánica. Lady Foster, aunque te la bufe, perdiste un par de ventas, modestas para lo que tú te gastas, porque de buen grado me habría llevado un par de obras, y no de las baratitas.
Y a los demás, un consejo: nunca seas amable en un sitio de estos, que te tratarán como al servicio.
Ya os he dicho que estoy muy gruñi-gruñi (y si no que se lo pregunten a Rosa J.C. que me dice «¡Molaría hacerte una serie: tu primero bronqueas y luego solucionas, como House!»). Y también os he dicho que tengo el trigémino añoso. Como todo esto no puede acabar bien, necesito como el aire que me sorprendan, y cuando lo hacen (como en El Secreto de sus Ojos) ¡me siento como una peonía reventona!. Como estoy entrenada para las sorpresas para mal, porque soy de las que se ponen en lo peor by default, lo habitual es que me aburra como una Lady inglesa.
¿Qué podemos decir de Moon? Podemos decir queeeeee si has visto 2001, Alien, Blade Runner y Atmosfera Cero, es difícil que te tires a la calle, como han hecho unos cuantos, diciendo que es un peliculón. Se ve rápidamente el truco argumental que está infraexplotado y te deja frío. Ya comprendo que es difícil estar a la altura de Rutger Hauer («I’ve seen things you people wouldn’t believe… Attack ships on fire off the shoulder of Orion… I watched sea beams glitte in the dark near the terhausen gate… All those moments will be lost in time like tears in the rain… Time to die.») Muuuyyy difícil.
Moon es una película que te recuerda a la estética Lego con un ordenador central carente de la mala leche de HAL que parece sacado de los click de famovil. El drama está deshilvanado, no hay tensión narrativa y ya que el hijo de Bowie se ha gastado los cuartos en la escenografía, podría haber llenado de algo la película.
Os habla la voz de la senectud: no perdáis el tiempo con cine del montón habiendo tanto peliculón que ver. De nada.
Fui a ver Ágora en sesión de 7, después de unas tortitas con nata como manda la Santa Madre Iglesia. La media de los asistentes rondaban la edad de mis padres, ese reducto de las distribuidoras que son los de cine semanal, cardado, algún dorado, chaqueta y churros. Cuando mueran o se nos queden impedidos los pobres, mucho me temo que se me acabarán las tardes de cine y café con porras y a todas/os se nos pondrá el culo como una calesa de no salir de casa.
Saliéndome la tarde, en fin, por un pico esperaba de Alejandro algo más que un teleflim de peplums, cartón piedra y momentos Google Earth (que si zoom pa Alejandría, que si zoom pal espacio, que si qué bonicas son las estrellas). No es que sea mala o buena, es que es una miniserie de la tele con mucho secundario-sobreactuado- chulazo-gay con pretensiones. El cartón se ve cada vez que rellenan el croma con algo digital, y el mensaje pretendido (la mujer borrada de la historia por la Iglesia, y la sumisión del poder terrenal al de Cristo) está más que visto y mejor tratado desde la lamentable «El Código Da Vinci» hasta la espectacular Los Tudor (desde aquí te digo, Jonathan Rhys Meyer, que no puedes estar más crujiente).
Que la historia de la filósofa Hypatia sea interesante no hace a una película sobre ella, per se, algo mínimamente atractivo. A juzgar por la cantidad de libros revival que se encuentran en las mesas de novedades de los aeropuertos, el que esté interesado en Alejandría y en la astrónoma mejor hará en invertir los eurillos de la entrada y las palomitas en cualquiera de ellos.
¡Qué gran película El secreto de sus ojos! ¡Qué diálogos más brillantes y qué grandes están todos! ¡Qué gusto da ir al cine y ver cine! ¡Qué pena que esta vida de hoy en día no nos deje deleitarnos en las cosas que nos gustan: siempre hay cientos de nimiedades a continuación para abotargar nuestra atención!
«El secreto de sus ojos» me trae recuerdos de cuando se tenía un sólo abrigo de buen paño, duradero y crecedero, beige a poder ser para que combinase con todo, una época en que lo bueno se reconocía, pedía su precio y requería su tiempo. Añoro ese tiempo y me niego a que algún imbécil se monte un movimiento slow a costa de este comentario, porque no es una cuestión de hacer las mismas superficialidades pero despacio, sino de saber que no todo lo que importa se puede copiar en China.
Pero no os asustéis: esta chapa moralista es personal e intransferible, porque la cinta no te da la charla, te apasiona y te hace reir casi al mismo tiempo. Está llena de dialogos memorables que sólo se pueden escribir y decir en «argentino» y que merecen que, esta vez, mováis el trasero de delante del Facebook a una sala de cine.
Publicado por Tormento el 20 de septiembre de 2009
Sé que me va a caer la del pulpo, que me la voy a cargar por atreverme de nuevo a decir lo que pienso: Tarantino, el rey, está desnudo.
Comprendo que es una cosa muy de tío el quedarse con el chascarrillo concreto, el guiño de ojo de la referencia cinéfila, el diálogo de tipo duro para decírtela frente a un espejo. Pero como soy una petarda de género femenino diré que si todas estas cosas no tienen una razón en la trama, si no valen para algo en la historia, en su desarrollo argumental o visual, no son más que deslabazados ejercicios circenses sin continuidad. ¿De qué me vale que el diálogo en la taberna llena de alemanes tenga mucha tensión si no tiene ningún sentido? ¿Para que crear el personaje del espía británico si es sólo un stunt del director que repite sus machadas y ocurrencias, sin agregar nada, pero nada, a la trama de la película?
Todo el mundo alaba el trabajo de Christoph Waltz en esta Inglourious Basterds. Es que es el único que trabaja en esa película, a pesar de que su personaje del Coronel SS Landa, con ser interesante, tampoco es el mejor nazi de la historia del cine. A lo mejor a los americanos que alguien hable cuatro idiomas les parece impresionante (sobre todo cuando al director le han pillado con un guión lleno de faltas de ortografía), pero tras el doblaje (y si váis, que sea en V.O.) no deja de ser un nazi que se alarga morosamente en las explicaciones de un horror que nunca es tanto.
Tarantino ha sido muy grande. Reservoir Dogs es una película de época, de las que de verdad han cambiado el rumbo de la cinematografía de los últimos años. Pero a Tarantino se le han agotado las ideas: no cuela que nos venda 5 cortos como una película en capítulos.
Publicado por Tormento el 13 de septiembre de 2009
Mi primera elección era Amazing Grace, pero se me fue la hora mientras preparaba un caldo de verduras sin verduras, pensado para evitar masticar, principio básico del calvario de la dieta yóguica: adelgazas de lo lindo, el hígado se te queda limpito como una patena, pero te entra una mala h… que no se si compensa entrar en aquella falda posibilista que te compraste convencida de que algún día cabrías en ella y respirarias al mismo tiempo.
Pero ¡quien se puede resistir a una falda tubo, larga, de cintura alta y apertura «cola de sirena»! ¡Con lo ponible que es y la mucha falta que te hacía! En fin que ratifico como cierto el slogan de la película: todos llevamos un gordo dentro y simpre andamos haciéndole la vida desgradable a alguien a costa de nuestra gordura interior.
Y aunque le agradezca al director que me haya ahorrado un viaje terapéutico a EEUU (¿quién no se ha sentido Cameron Diez en un país en donde no hay gordos sino paquidermos por doquier?) me cuesta más perdonarle el aburrimiento «semáforo» que me infligió a palo seco en la butaca del cine: unas veces me entretenía y me interesaba, y otras casi que no. No me voy a referir a su única obra anterior, Azuloscurocasinegro, que me interesó bastante más.
En Gordos hay personalidades interesantes pero, en general, bastante mal resueltas que te deja con ganas de que el guionista hubiera sido menos pretencioso abarcando tanto, y hubiera completado mejor a estos personajes que flotan, cual grasa acumulada, entre el efecto «capitoné» de este «flim».