Hagámoslo bien y empecemos la historia como lo haría Sophia Petrilo, la madre gruñona de «Las chicas de oro«:
Madrid, principios de 2006. Los zapatófonos son ya una realidad en nuestras vidas. Moviline, Movistar y Airtel se pelean por hacer que estemos localizados 25 horas al día (encima costándonos un riñón). Pero el asunto es que todavía los terminales son cacharros tontos. Solamente sirven para hacer y recibir llamadas y la voz es la única manera de comunicarse. Nada más (y nada menos).
Pero como todo en esta vida, la tecnología y los terminales evolucionan y menos hablar de la manera tradicional, hacemos de todo con ellos. Los smartphones se convierten en los nuevos Dioses terrenales. Mucha gente necesita consultar imperiosamente su Twitter, su Facebook o el Whatsapp de forma compulsiva. Además, cuando estás con ellos no pasa un minuto sin mirar su teléfono por si alguien le ha mencionado en Twitter o ha cambiado su estado en Pinterest.
Muchas veces te encuentras con personas que no tienen casi ni para comer pero pilotan un teléfono «ultrahigh64Mgpx de 5′ con pantalla cornea» de ultimísima generación de 600 o 700 euros y lo ven como lo más normal del mundo. «Es que con el plan «puturrú de fuá» casi te le regalan y con el Guasap me ahorro una pasta», explican.
Y os preguntaréis, ¿a qué viene todo este rollo?
Viene a que antes sabías jerarquizar tus amistades. Viene a que antes compartías todo con tus amigos, tomabas cervezas con tus amiguetes y eras amable y servicial con tus conocidos. Solo a eso.
Esto es, que antes tenías amigos, amiguetes y conocidos. Ahora todo se ha horizontalizado y en las redes sociales todos son amigos. Está al mismo nivel tu amigo del alma que ese tipo que viste un día y era amigo de un conocido y que por no hacerle un feo le agregaste en Facebook. Desgraciadamente, se dedica el mismo tiempo a uno que a otro.
Eso hace que la calidad de tus amistades se dañe y tener que atender del mismo modo a todos tus seguidores sea una tarea inabarcable, resintiéndose claramente las amistades del mundo real, las que has de hacer un esfuerzo por quedar, salir a la calle y saber de ellas. Diversificar esfuerzos entre tantos contactos es realmente agotador.
Ahora, de esos amigos que han hecho de las redes sociales su religión, ya solo sabes de ellos por Facebook, ves como van cambiando por sus selfies en Instagram, te enteras donde trabajan por LinkedIn y sabes por donde se mueven por su actividad en FourSquare. Además, sus blogs son notarios de sus secretos más íntimos. Eso si, no se les pasa ni uno de tus cumpleaños. De vez en cuando dan un «Me gusta» en alguna de tus actualizaciones del Caralibro y retuitean algún comentario y parece que con eso ya han cumplido durante un período de tiempo más que prudencial.
Lo que no se dan cuenta este tipo de gente es que cuando todo va bien y no hay problemas todo el mundo es güeno, pero cuando sufran enfermedades del mundo real como la Tuiteritis, la Facebokondrosis degenerativa o un simple esguince, los que les van a llevar al hospital y van a cuidar de ellos no son sus cientos o miles de followers en el mundo virtual, si no la gente que les sufre y goza con ellos todos los días, con la que se roza, con la que le quiere y a la que quiere y discute: la gente real. Tengan o no tenga 4G o tarifa plana de datos.
Mal negocio ganar en la vida virtual lo que se pierde en la real
Debe ser que me he vuelto un cascarrabias como Sophia y gruño por todo…
1 de mayo de 2014 a las 16:59
[…] en notonappstore.com. Y si os ha interesado el tema, echar un ojo a mi anterior entrada “Tuiteritis y Facebokondrosis degenerativa” que también va de este […]