Publicado por Chiqui el 26 de septiembre de 2013

Café con...ALEJANDRO MARÍN está en la red desde que el operario de Telefónica instaló el primer kit de infovía. Tú le conocerás como @Garrafa«.

Desde que se murió mi abuela

Los que llevamos en internet desde que pusieron la primera piedra hemos ido evolucionando casi sin darnos cuenta al mismo ritmo que lo hacía la red. Pasamos de ser el equivalente a ese vejete aburrido que pierde sus mañanas viendo las obras de los demás a convertirnos en obreros activos generando contenido propio. Allá por el año 2006, me topé por casualidad con el blog de un tipo que describía como preparaba la maleta para un próximo viaje a Londres. Aquello me pareció pura magia de lo cotidiano. Por aquel entonces no tenía ni idea de que carajo era un blog. Sólo me fascinó como cada vez con más frecuencia encontraba webs escritas por gente como yo que hacían cosas como yo, además podía enviarle un comentario al autor y mantener una animosa charla tanto con él como con otros lectores que pasaban por allí.

A poco que no fueras un tipo que esconde cadáveres en un sótano, no tardabas mucho en querer tener tu propio blog y compartir tu propio contenido en una especie de quid pro quo de los 20 duros, algo por algo, explicar un truquillo de programación, hacer una crítica de cine o contar un chiste, lo que sea, no importaba qué y menos a cuantos. Algunos ya hacíamos algo parecido en aquellos grupos de noticias que se configuraban en tu cliente de correo y que probablemente algunos ni recordaréis.

Los blogs pusieron al alcance de todos poder compartir contenido de una forma relativamente sencilla. Después llegaron los twitter, facebook, Google+ con sus aires modernitos y se metieron en nuestros teléfonitos y nos permitieron hacer lo que hacíamos en nuestros blogs pero incluso desde el wc. Pero en el fondo todos estos servicios tienen la misma base, es aquello del perro y los collares. Ponle los colorines que te gusten y haz todas las películas que quieras hablando de sus creadores, pero todas estas redes están alimentadas por el mismo jodido combustible: las ganas de compartir, la afinidad, la empatía o simplemente buscar ese reconocimiento que nadie te da desde que se murió tu abuela. Por cierto, razones muy parecidas a las que me han llevado a escribir estas líneas y querer tomar un café con todos vosotros.


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