Publicado por Tormento el 30 de octubre de 2011

– Con la venia, Señoría. Son muchos los casos que llevamos a lo largo del año y sin duda esta sala ha escuchado contar muchas historias, todas ellas tediosas en su repetición y falta de originalidad. Aunque los individuos que entran por esa puerta viven uno de los momentos más difíciles de su vida, nosotros, enlutados, despachamos justicia de «a tanto el menor», «a tanto la compensatoria», o «no es problema de este juzgado que tenga que dormir en el sofá de casa de sus padres». Vemos malos tratos de obra o de palabra, situaciones de angustia económica extrema, hijos que odian a sus padres y padres que sustituyen a sus hijos por los de su nueva pareja. No nos inmutamos, no es nuestro trabajo perder la perspectiva. Como exige la norma rituaria escribimos las historias de nuestros clientes, no las que nos cuentan y que tan poco les convienen, sino las que se ajustan a la norma sustantiva y procesal. El juzgado lo recibe, le da un número de referencia y lo tramita por los cauces oportunos …

– ¿Va el señor Letrado a extenderse mucho más en lo obvio? Le recuerdo que llevamos 3 horas de vista y todavía no ha empezado las conclusiones. No hace falta que le diga que hay 5 juicios más señalados esta mañana y que son ya la una y pico. No quiero limitar su derecho de defensa pero ¡aligere!

– Disculpe señor. Esta defensa es consciente de que el trámite de conclusiones se limita a fijar si han resultado probados los hechos controvertidos. Y creemos más que probado que nuestro cliente no solo no ha de pasar compensatoria alguna sino que ha de ser indemnizado por los muchos años en que se ha visto obligado a serle infiel a su esposa.

– Letrado ¿Hace falta que le lea el Código Civil? Se lo llevo repitiendo toda la mañana: que nos da lo mismo quién ha sido infiel, con quién o cuántas veces. El adulterio es una cuestión i-rre-le-van-te.

– Nos sabemos el Código Civil de memoria, señoría. Y es éste el que le concede la posibilidad a mi cliente de percibir una compensación por los años empleados en la dura labor de serle infiel a su esposa. No sólo nos referimos al coste de la logística propia de la infidelidad que ha quedado debidamente acreditada en los documentos 12 a 123 del escrito de la demanda. Como él mismo ha relatado en su profusa declaración, ha guardado desde casi el inicio de su actividad fornicante copia de todas las facturas de hoteles, teléfonos móviles, tarjeta de El Corte Inglés de pago de perfumes y demás fruslerías -tanto aquéllas ofrecidas con carácter previo al coito, como las entregadas en agradecimiento de éste-, ropa exterior e interior así como complementos para conseguir que la conquista fuera efectiva. No podrá negar que es sin duda llamativo que haya guardado todos estos documentos durante estos años en lugar de hacerlos desaparecer. Una actitud así sólo se explica por el deseo de la demandada de que le fueran infiel, de encontrar pruebas que le permitieran mortificar a mi mandante para quien la felicidad de su esposa lo ha sido todo. Al principio de su matrimonio mi mandante se inventaba las escapadas, pero al cabo del tiempo comprendió que ni la literatura ni la pornografía iban a auxiliarle en las demandas de su esposa, quien le exigía todo género de detalles, a cual más escabroso, para llegar al orgasmo: a qué olía su piel, que dónde estaban las botellitas de champú del hotel, que si a ella le gustaba hacer el amor en los lavabos de los parkings públicos, que si era clitoridiana o vaginal, y muchas más cosas que el decoro no me permiten reproducir, pero que consta en la pericial psicológica efectuada a la demandada al folio 714 de las actuaciones.

Si de algo se puede acusar a mi cliente, señoría, es de ser un hombre sin imaginación. No era capaz de dar una respuesta veraz a cada una de estas preguntas. Mi representado es un hombre de orden que no se dedica a oler a las mujeres y mucho menos a poseerlas en otra postura que no sea la del misionero, así que se vio obligado a la penosa tarea de tener que mantener relaciones sexuales extra maritales para poder salvar su matrimonio. Esta labor exige, como imaginará, no sólo un esfuerzo económico que entendemos largamente probado, sino un desgaste personal y moral difícil de cuantificar. Las horas empleadas por mi cliente en la planificación de las aventuras ha ido en demérito de su carrera profesional. Pues la demandada no se conformaba con un relato breve e inconciso de un triste coito que hubiera podido ser fácilmente resuelto por mi mandante sin necesidad de una compleja planificación, no. Era menester que las historias fueran diferentes, vibrantes, con su desarrollo, nudo y desenlace y con un, como decirlo, episodio sexual digno de un atleta olímpico. Si no hubiese sido por el tiempo dedicado a satisfacer los irracionales deseos de la demandada, mi mandante ahora sería presidente de la compañía y no un triste director de cuentas con fama en el trabajo, encima, de “salido” si me permite su señoría esta expresión.

Tan dura ha sido la tarea que mi mandante, con un agotamiento físico y una depresión exógena diagnosticada, según consta en el documento 125 de nuestra demanda, no ha podido más. Enamorado como sigue de su esposa, sin embargo, ha llegado al límite de sus fuerzas físicas y a un abismo moral que ya no le resulta soportable. Por eso nos encontramos aquí, demandando de este juzgado no sólo la disolución del vínculo sino una compensación económica cuya cuantificación, en atención a lo probado, dejamos para ejecución de sentencia. Mi cliente, señoría, sólo desea llegar a casa por las noches y no tener otra cosa que hacer que adormecerse viendo la televisión, en soledad. Por ello, y en vista de cuanto antecede, venimos a ratificarnos íntegramente en nuestro escrito de demanda y en el solicito del mismo. Nada más, señoría.

– Gracias. Tiene la palabra el Letrado de la demandada.


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