Publicado por Tormento el 19 de septiembre de 2010

Hay personas que se han pasado toda su existencia intentando superar el trauma que les causó Le Samuraï, con un Alain Delon tan crujiente como inexpresivo. Personas que aún no se han recuperado de las tardes de Carrusel Deportivo, las cámaras lentas de Peckinpah y los pantalones de campana. Seres humanos que han preferido el cine sueco antes que volver a soportar esas soporíferas cintas francesas en donde el vacío hace hueco a la pedantería. A todas esas almas torturadas El americano ha venido a despertarle los fantasmas del pasado y, de paso, a descoyuntarles el cuello en cabezada libre.

Comenzamos con tiros en la nieve y continuamos con un momento Italia profunda de encanto similar a los documentales rancios de la 2. En la sala, un matrimonio huye y la dicharrachera señora-loro de tortitas con nata de mi derecha ronca a todo trapo. La miro y parece un cadáver con sonido estéreo. Un gafapasta comienza a chistarle como si dirigiera un rebaño por la Cañada Real. Mientras, Clooney, la alegría de la huerta, nos enseña sus nuevos músculos de pre-anciano y pienso ¡qué pena, hay que ver cómo se ponen los cuerpos! intentando que este pensamiento tan sólido me mantenga despierta con la esperanza de que suceda algo con cierto interés. Y mientras continúa la siesta de mi vecina la película sigue previsible y tostón.

Lo juro sobre la biografía no autorizada de Belén Esteban: la próxima vez me levanto y me voy ¡Aunque sea profanando un cadáver roncador!


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