Como hoy nace el Niño Jesús, anteayer me pusieron en la tele Ratatouille (¡pero que película más buena!) y me he comprado un bolso amarillo, el quincuagésimo, que-me-hacía-mucha-falta, estoy suave como un guante de cabritilla tirada al monte. No puedo ser mala.
Planet 51 es una monada, una pocholada, una cucada, una película en la que ser española es un detalle sin importancia. Que cumpla con todo el ritual de película de niño-adolescente que encuentra alien (aunque el alien sea el astronauta) no la desmerece, como no lo hace que el guión sea previsible: se han currado el diseño de las casas-ovni años cincuenta, está llena de pequeños guiños al género intergaláctico y, en general, te produce una ternurilla de andar por casa que «casi» sales dispuesta del cine a comprarte todo merchandising de la peli.
Muy pero que muy mono el robot, mezcla de Wall-e y R2D2, y, lo más, los perros locales: el monstruo de alien con correa y pis corrosivo. Nunca pensé que me reiría tanto viendo uno de los cabezones de Giger. Quiero uno ¡ya! que algunos ya se van mereciendo una buena meada clorhidrica.