Tras haber oído cientos de veces, con indignación gafapastil, eso de «yo es que al cine no voy a sufrir!, probé Antichrist y me curé de mi intransigencia cultureta. ¡Gracias Antichrist por hacer de mí carne de Sálvame Deluxe – que tiene nombre de puticlú de carretera, como bien señala el «marica cabrón» de su conductor, en palabras del papi de la Campa-.
Y es que el mes de agosto es lo más parecido a la muerte agónica en una residencia «third age» concertada. Si hay momentos en mi insulsa vida en que me asomo al abismo de la muerte propia, no es el fin de año, sino el mes de agosto, ese mes en que no puedes huir de tu cuerpo caldorro porque el sol inmisericorde te acogota y te resume en una nada sudorosa. En la lucha contra la muerte puedes optar por ir al cine a cultivarte o ver la tele para asilvestrarte; en el medio, la nada representada por las zanjas de Gallardón y los turistas llenos de fe sacando fotos de obras en lo alto de los autobuses.
Si váis a ver Antichrist para ver sexo explícito o gore, os han engañado: cualquier peli del género ofrece más. Así que morbosos y salidos absteneros, no os vaya a pasar como en el chiste de la orgía «organización, organización, que para dos tetas que he tocado me han dado por culo 3 veces».
No os niego que aún estoy decidiendo qué opinar de la peli: tiene un prólogo soberbio, en la línea del mejor Lars von Trier, ese al que se lo perdono «casi» todo, y un tratamiento visual excelente… pero la historia de la poseída o lo que puñetas sea que quiere contar este autor, no me acaba de llegar, de interesar, de conmover.
Así que, para reflexionar, me puse el mencionado programa de interés general y ahora cada vez que hablo, cierro los ojos y digo «mentiendesssss». No sé qué será.