Quien llegue a la isla de Hong Kong en el ferry que la une con la parte continental podría pensar que debajo de los impresionantes rascacielos que la adornan (que no son más que un monumento de cemento y cristal a la codicia de unos cuantos que ahora pagamos todos nosotros), hay un inmenso parque temático del lujo donde las más reconocidas marcas de moda compiten por tener los espacios más exclusivos y los dólares honkoneses son plantas de crecimiento espontáneo.
Pero nada más alejado de la realidad. Unos metros (y digo metros) más allá aparece el Hong Kong de verdad. El de las personas que mantienen el sistema pero no se benefician de él. Gente de todas las nacionalidades, razas y colores se entremezclan en Cochrane Street intentando comer algo en alguno de los miles de puestos callejeros antes de volver al trabajo.
Lástima que los olores todavía no se puedan apreciar en un video…