Publicado por Chiqui el 21 de enero de 2009

Café con...JOSÉ YOLDI es redactor de Nacional de Diario El País

Contar el resultado del partido antes de que se juegue

La precipitación en anticipar lo que va a ocurrir suele cambiar el resultado

Anticiparse a la noticia es una de las más viejas aspiraciones de los periodistas. Todo el que se precie de tal intenta conseguir antes que los colegas la noticia bomba. Los jefes suelen espolear esa natural inclinación de los reporteros por la gloria efímera reclamando insistentemente que se cuente ¿qué va a pasar? Y caer en la tentación de contarlo puede tener efectos catastróficos.

Es una de las peculiaridades del periodismo de tribunales, porque en Economía nadie pide que el responsable de bolsa explique qué valores del Ibex 35 o del Dow Jones van a subir al día siguiente, ni en Deportes se exige que se publique el resultado del partido que va a jugar Rafa Nadal el próximo domingo o el de la final de la Liga de Campeones.

Pero en justicia, animados por el consabido “sólo tú puedes lograrlo” con el que los jefes jalean a sus redactores, todos nos ponemos a la tarea de saber cómo va a ser la sentencia del 11-M, si los Albertos entrarán en prisión o si Ibarretxe será condenado por algo que el Supremo ha dicho que no es delito, con más pasión que Indiana Jones a la busca del Santo Grial.

Seguro que alguien pensará que muchos se inventarán los datos. Pero no es así –cuando pillan a uno de esos, como Jayson Blair, queda expuesto a la vergüenza pública para siempre-, lo que ocurre es que muchas veces, anticipar lo que va a ocurrir suele cambiar el resultado.

Les voy a contar una historia real, que figura en la memoria colectiva de los periodistas de tribunales y que se trasmite de veteranos a novatos, como el gol de Zidane en Glasgow, en la consecución de la novena copa de Europa, para los aficionados del Real Madrid.

Fue a principios de los noventa. Raúl de Andrés, redactor de tribunales del desaparecido diario El Sol, un tipo honesto y trabajador donde los haya, buscaba una exclusiva importante, el asunto es lo de menos. Se dirigió al magistrado José Augusto de Vega -un personaje de peso en el Supremo, de tendencia progresista, que poco después llegaría a ser presidente de la Sala de lo Penal- y éste le pasó el borrador de una sentencia que iba a notificar al día siguiente, dando a entender que los restantes magistrados que componían el tribunal estaban de acuerdo con su contenido. Para el periodista –conseguir una veintena de folios en papel oficial que el propio ponente le había entregado-, todo era perfecto. ¿Qué más podía pedir?

Las buenas historias se venden solas, por lo que El Sol salió al día siguiente a todo trapo con la noticia en portada.
Pero había una pega: la sentencia no estaba firmada. Y los otros dos integrantes del tribunal al ver el despliegue del periódico dijeron no. En lugar de firmar el borrador propuesto por el ponente, exigieron a De Vega que redactase un nuevo borrador que dijera lo contrario del anterior o que dejase la ponencia y convirtiera su texto en voto particular.

El caso es que De Vega ejercía también de presidente en aquel caso y no quiso asumir su error y recibir una corrección pública por parte de sus compañeros, por lo que redactó una nueva propuesta –completamente diferente- que sí fue aprobada y firmada por todos.

Todos los periódicos publicaron la resolución que dejaba en ridículo a El Sol. Sus jefes pidieron explicaciones a Raúl y éste al magistrado De Vega, que aseguró al periodista que estaba desolado y que le compensaría. La prometida compensación nunca se produjo.

Los periodistas deberíamos aprender de experiencias como ésta. Pero no escarmentamos.


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