En medio del tremebundo panorama de compartir la Nochebuena (¿quién será el capuglio que considera buena semejante noche?) con Raphael resucitator y Miguel Bosé en avanzado estado de plastificación, una luz en forma de acomodador me guía hasta el portal del niño Eastwood en donde ha vuelto a nacer el buen cine.

Todas las horas de aburrimiento, agotamiento, entumecimiento y «cabreamiento» pasadas en las salas madrileñas se ven compensadas en esas raras ocasiones en que vas y ves una gran película. Ese es el caso de El intercambio. Que, por cierto, ¡gracias Clint! no reduce a las mujeres al rollo legionario de «amor de madre forever», sino que trata de las primeras mujeres que tuvieron la oportunidad de comer caliente sin caer en el matrimonio, la calle o el convento, aunque, por desgracia ¡maldito Freud! seguían siendo seres de tercera regional, sin criterio, llenas de histerias y emociones.

Y no reduce a su película a un tostón lineal, no. Hay policía corrupta, abuso de poder, patines y teleoperadoras, cine, asesinos en serie, y una Angelina Jolie tan esqueletica que cuesta concentrarse en la película de lo que le pinga la ropa. Mi yo masculino, que ha sido siempre muy de la Jolie, no podía dejar de pensar en donde esa biafreña se había dejado al cañón de Tomb Raider. Mi yo maruja sólo podía pensar en lo mal que le sientan los cortes de pelo, los gorritos y los trajes charlestone de los años 20.

Es lo que tiene ser una Tormentox Girl, que nos da tiempo a fijarnos en todo.