En mi estado de atocinamiento habitual y de falta de criterio, me compré en Londres un libro por el mero hecho de que ponía tatuaje en el título y había un dragón en el dibujo de la portada. El libro en cuestión, «The girl with the dragon tatoo», que pensé que era un asesinatico japónico para el avión, resultó ser el megaéxito de la temporada «Los hombres que no amaban a las mujeres» de Stieg Larsson. Cuando caí en la cuenta, me lo reservé para Estocolmo, en donde sucede parte de la trama.
Sé que tiene admiradores por doquier y que va por la sexta edición en español pero, para aquellos que no os queráis gastar 23 euros en cabrearos, os recomiendo que los invirtáis en un braguero o en cualquier cosa igual de útil.
«Los hombres que no amaban a las mujeres» es un tocho innecesariamente largo en el que no ocurre nada de interés en las 300 primeras páginas, y por supuesto nada que no pueda ser contado en 50 páginas bien holgadas. Ese desierto de trama hay que atravesar para que empiece a pasar algo. Y cuando pasa es tan previsible que dan ganas de tirar el libro a la papelera más cercana.
El protagonista, el periodista Blomvist, debe de ser el otro yo del señor Larsson, que se ha escrito el libro con la única intención de acostarse con todo lo que se le pone por medio, literariamente. Por si fuera poco, larga mucho rollo innecesaro y deshilvanado sobre el fascismo sueco y el sucio mundo de los negocios, que ni viene a cuento ni sorprende a cualquier español acostumbrado a convivir con los alcaldes de Marbella.
Salander, para muchos lo único interesante de la novela, es un ser maltratado por el autor, quien demuestra que ni conoce a las mujeres ni sabe dibujar un personaje complejo, cayendo en el tópico en cuanto puede. Si Salander nos gusta por ser asocial, hacker, libertaria, inteligente e imprevisible, y si Larsson se empeña en definirla así durante 400 páginas ¿por qué puñetas la mete en la cama del protagonista y la convierte en una colegiala enamorada? Como el autor se quiere acostar con el personaje, se pasa por el forro todo lo que ese personaje es y se lo tira a través del su alter ego literario. De pena.
Como muy bien comentaba una lectora al valorar el libro en la página de la FNAC «Uno de esos libros prescindibles que encanta a los que no leen».