Archivos del 16 de noviembre de 2008

Publicado por Tormento el 16 de noviembre de 2008

Tres y media de la tarde. Estocolmo. Noche cerrada. La protagonista dirige sus pasos al barrio modernillo de la ciudad, SoFo. Hace un frío que pela. La gente no habla. Al metro no se le oye llegar. Todo el mundo va de negro.

Tras varias vueltas infructuosas entre tiendas de diseño sueco en las que hay lo mismo que en Ikea pero al triple de precio, y tiendas de moda de segunda mano para vestirse de Pipi Calzaslargas (heroina nacional) con la misma ropa imposible que en el H&M, pero más revenida, nuestra protagonista se niega a cenar a las 5 de la tarde. ¿Otro café latte con tarta casera? ¡no por favor!. ¿Un aquavit de 80 grados? ¡Y cómo vuelve al hotel!

De los horrores posibles, el centro comercial le parece el menos malo. Se adentra en él, y, en contra de su natural odio a ir de compras, no deja una sola tienda sin atacar. Querría comprarse algo pero ¿el qué? si todo es igual, más feo y más caro que en Madrid. Ve una librería y, aunque ya no le caben más compromisos de lectura en casa, la compulsión de comprar algo la lleva a la estantería de novedades en sueco. La trilogía completa de Stieg Larsson está en rústica muy bien de precio, pena de no hablar una torta de sueco. ¡Qué agotamiento! ¡Qué día más largo y más oscuro!

Empezó con la preceptiva vuelta en barco incluida en el precio de la tarjeta «Viva Estocolmo y su madre superiora» que permite ver los 80 museos de Estocolmo gratis en 24 horas, incluídas las de dormir, merendar y dar de comer a los gorriones. Tras seis museos (el nacional, el asiático, el de arte moderno, el de arquitectura, el Vasa y el Nordiska) y varios traslados en metro para ver Gamla stan y la ciudad a oscuras, aquí está, derrengada intentando imaginar como hacer tiempo para cenar en un japonés que ha visto a la vuelta de la esquina. Ha decido que ya no quiere viajar, que no quiere ser turista, que ya  no tiene curiosidad, que el mundo es mimético y sin interés, como en un eterno y clonado Ikea .

Se sienta y espera paciente como todos los desocupados (que son muchos) de esta ciudad, de ritmo lento y sin risas, a que comience la conferencia sobre el libro «Cartas desde Iwo Jima» en perfecto sueco. Y se la traga enterita, con su power point y su canesú, la mar de aliviada de estar en un país en donde nadie pega la hebra con nadie y en el que nadie se va a dar cuenta que no está entendiendo un pijo. Mira de reojillo a sus vecinos de asiento y se rie cuando toca. No se puede caer más bajo en la escala evolutiva del turista.

Nunca fueron tan apropiadas las palabras de ese pensador postmoderno que es el otro Pipi,  el Estrada: ¡Esto es el colmo!

 

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