La irrupción de la tinta digital en la redacciones de todo el mundo ha hecho que la tradicional figura del corrector haya tenido que reciclarse o, en algunos casos, directamente desaparecer para siempre.

Las departamentos de recursos humanos de muchos medios con la aquiescencia de otras instancias, y por eso de ahorrar y recortar costes, han decidido que estas personas son prescindibles. Punto pelota.

Y éso porque ahora cualquier sistema editorial medianamente serio, por muy limitado que sea, incorpora un corrector ortográfico. Su fiabilidad, que en muchos casos no supera ni siquiera al corrector del Word, unido a cierta inercia generada durante el proceso, ha hecho caer en picado la calidad gramatical de casi todos los medios impresos. Y eso, el que lo compra lo nota.

Quizá, en estos tiempos de crisis, lo inteligente es cuidar a tus lectores y ofrecerles productos de calidad que es lo que quieren y no tanto accesorio desechable.

Viene a cuento esto por una entrañable entrada de Vecindad Gráfica donde muestra como se corregía hasta hace bien poco un texto en papel. También la Oficina de publicaciones de la Unión Europa dispone de un Libro de estilo interinstitucional donde se puede consultar una guía en pdf de cómo ha de realizarse la corrección correctamente (valga la redundancia).

Por si a alguien le da por pensar…