El trágico y brutal accidente del avión de Spanair de la semana pasada ha puesto de manifiesto lo que ya se sabía: el dolor vende.
Los medios de comunicación, televisiones sobre todo, han aprovechado este drama para convertirlo es sus Juegos Olímpicos del dolor, luchando entre ellos para ver quien conseguía la medalla de oro del morbo. Y aunque a todos ellos se les llenaba la boca reclamando respeto para las víctimas, a la hora de la verdad se lo han pasado por el forro.
Porque a las víctimas (tanto las que ya no están como las que siguen aquí) hay que respetarlas. Y respetarlas significa dejarlas llorar a los suyos en privado y con dignidad. Que las respete un medio de comunicación quiere decir también darles información veraz y contrastada de lo que ha ocurrido intentado hacer luz y despejar interrogantes.
No me cuadra con el respeto el apostarse a la puerta de un hotel o de una casa para poder sacarles unas palabras entrecortadas, un primer plano de sus enrojecidos ojos o decir que se han puesto morados comiendo tortilla mientras se reúnen con Spanair. Saber cuando hay que dejar de regodearse barnizándolo de drama humano es una lección que todos deben aprender.
Punto y aparte merecen esos programas televisivos, tipo «Está pasando«, que se frotan las manos con temas como éste, tan apetecibles, y que mientras entrevistan «en profundidad» a cualquiera que pasaba por allí, dan por abajo una tira anunciando el último escandalo de Paquirrín & Cía.
Parecía que el 11-M nos había enseñado la lección, pero a la vista está que no. Y no es de extrañar, el número de audiencia morbosa supera con creces a la de respetables víctimas.
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