Ya no me acordaba de lo que era una sala grandiosa de cine. Gracias a la caida de ese ladrillo con el que nos han dado en la cabeza a todos, parece que podré disfrutar un poco más de la sala 1 del cine Callao, uno de los últimos grandes de la Gran Vía. Aún no me he recuperado del cierre del Avenida, el de las escaleras regias, donde se estrenó el Drácula de Coppola hace cientos de años, años en que las ciudades aún no se habían clonado. Al final va a ser culpa de Zara que mi periódico y mis cines favoritos desaparezcan: no se gasta un duro en publi pero si en replicarse en lugares representativos como una invasión de ultracuerpos a base de dependientas sofronizadas. Entre lo aburrida que ando este agosto y lo rara que me queda su ropa, creo llegado el momento de fundar una ONG anti-Zara o así.
Pero yo había venido aquí a hablar de mi película. Fuera del Callao y del azul perfecto del mar de Grecia, un mar como no hay otro, alguien importante de nuestra pequeña historia se moría. Pero dentro estaba yo, culpable y lejana, con una sonrisa lela canturreando, como una Paqui cualquiera, todas las canciones de ABBA.
Es que no se puede remediar, porque Mamma mía es una película en la que te quedarías a vivir. Contiene todos los elementos del verano mítico, removidos pero no agitados. Buena música, color local, velero a todo trapo, noches de verano de batista y francachela y amores varios que son, francamente, lo menos interesante. Es juerga no hortera con música protogay. Vida en estado puro a pesar de que Meryl Streep está chachil, viejuna, fondona, intensa y sobreactuada como de costumbre. La mujer de los mil acentos y las 14 candidaturas a los Oscar debería de dejar por una vez a la mujer del teniente francés y a la decisión de Sophie para desmelenarse como sus dos compañeras de reparto, Julie Walters (también conocida como a Sra. Weasly de Harry Potter) y Chrisine Baranski, que sí que están estupendas. No sabe la pobre Streep que hacer con las plataformas y los volantes de las mangas.
Como galanes maduros, ese Brosnan que tanto me pone, pero que pierde cuando se poner a cantar, y Colin Firth, el eterno segundón y cornudo desde que una vez el Conde Laszlo de Almásy le levantara la esposa.
La pareja joven bastante cursi; el noviete, sacado de High School Musical; y las coreografías las peores pero más espontáneas que he visto en un musical.
Mejor que el prozac. Además ¿cuándo en una película te conceden un bis?
In loving memory: Ignacio 1965-2008