Publicado por Tormento el 13 de julio de 2008

KungFu Panda

Muchas cosas importantes en mi vida han ocurrido por meterme en camisas de once varas que me quedaban grandes. Mi madre mantiene que es porque no tengo vergüenza; pero en realidad es que me aburro e implosiono.

Por eso, en uno de estos ataques de «qué gran escritor se está perdiendo la literatura contemporánea conmigo» me apunté a un taller intensivo para escribir cuentos. En realidad hace falta cara para plantarse en clase en plan intenso cuando ni he escrito un cuento en mi vida ni casi los he leído. Todos los asistentes iban pertrechados con su maletita de relatos más o menos interesantes, en busca de la receta perdida de la genialidad inalcanzable. Esta Tormi que lo es, iba a ver si alguien le contaba como puñetas se construye un personaje, cómo leches se hace un diálogo decente, y, en fin, como es posibe construir una historia, aunque tenga folio y medio. Porque, a qué resistirse, yo para estas gracietillas pues tengo mi punto pero no doy la talla para hacerme algo con fundamento.

Lo malo de tener tanta cara es que no puedes ir a los sitios a reirte en secreto de las debilidades personales que los textos de los demas supuran, de sus perros muertos o de su poco éxito en el metro, sin tener la gallardía de someterse al público escarnio. Así que, a falta de cuento o perro muerto que me ladrase, me planté el viernes, último día de clase y tras una dosis palomitil de Kung Fu Panda de no te menées, con una de las críticas de cine que este humilde pero honesto blog va a dejar de publicarme de un momento a otro.

La de No es país para viejos. Como no podía ser de otro modo, mi texto resultó chistoso pero decepcionante, y mi pobre madre, convertida en personaje literario, fue comparada con un personaje de Twain que viaja por el mundo haciendo preguntas de gañán de playa levantina. Si mi madre, mujer culta e ingeniosa donde las haya, se entera de esto, la indignidad para sucederla va a ser el menor de los reproches que voy a recibir.

Ante la estulticia de mi señora madre, amablemente me indicaron que debía de dar más información chusca de la película a través de ella. Cuando les conté lo que era un spoiler y las reglas de un blog, el profesor se me alborotó tóo en un ataque de «hasta ahí podíamos llegar», no entendiendo como los blogs, espacio de libertad absoluta, puedieran tener regla alguna. Como hace tiempo he decidido no discutir ni manifestar ninguna opinión en una discusion con alguien a quien no voy a volver a ver, o con quien quiero tener una relación superficial, no le dije que llevaba una semana sólo recibiendo reglas encorsetadas para escribir, y que los positeros no somos una panda de salvajes sin código ni honor, que la libertad no consiste en ser una vaca loca que pasta sin permiso en el prado de otro. Pero como os digo, apunté lo de mi madre y me callé.

A continuación escuché la lectura, con ganas de arrearla con el bolso, del relato de la escritora consagrada del grupo (¡dos libros publicados, nada menos!). Lo del bolso era por los pretencioso, aburrido y repetitivo que era el pretendido cuento. Y digo yo, en plan cateto, si no se cuenta nada… ¿se puede llamar cuento?

Así que la cosa está así: como el osito Paddington, me cuelgo del cuello la etiquetita «Please look after this bear» y vuelvo a este pasto del que nunca debí salir para deciros que Kung Fu Panda, a pesar de lo que diga mi Rosa J. C., es una peli de niños, pero de niños antiguos. No de los de ahora que hablan de sexo con amigos a través de sus móviles del Imaginarium-no-recomendado-para-niños-de-más-de-tres. Es una pena que DreamWorks se haya gastado tanto dinero en hacer algo tan aburrido, pudiendo hacer tecnología de doble uso: infantil y cínica como en Shrek. Con el mismo coste de pixel les hubiera salido una mejor película.

Escala pop-corn adulta: 4.


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