El título de esta película no puede ser más exacto: en vez de hora y media, parece que se te pasan mil años sentadita en el cine esperando a que pase algo (véase el trailer).
Ya comprendo que después de mi vida loca en Japón de tienda en tienda y de empujón en empujón, todo lo que no sea un jet lag modelo hiperactivo se me antoje lentorro. Pero es que la película es de las de ritmo lento, de relación compleja entre padre antiguo chino e hija expatriada en EE. UU. y con resquemorcillo dentro, de planos fijos en la ventana, en el parque, en el chino viejo ¡en todo!. Por lo tanto a los que andáis con el nervio suelto, el euribor de peineta y buscando sacos de arroz para la que se nos viene encima ¡atención!, ésta no es vuestra película. Hay que venir con las dos horas de tai-chi puestas de casa.
Y a pesar de lo que os digo, y de que ganó la palma de oro de San Sebastián, la película no me aburrió. Creo que el protagonista, Henry O, está inmenso transmitiendo con la mirada y los gestos todo lo que importa de la película. Y esas conversaciones absurdas con la aparcada madre iraní que chapurrea malamente el inglés y que acaba en una residencia… En fin, que ahí estaba yo al final sin saber qué sentir sobre esta peli.
Es que sigo desubicada.