Mucho se habla ahora que los periódicos (los denominados serios) se deben adaptar a los gustos de sus lectores. Que si ahora se demanda otro tipo de información, que si las reglas que antes se aplicaban se han quedado obsoletas… Sí, vale, de acuerdo… pero con matices.

Los mass media han de saber adaptarse, sí, pero no a costa de perder las señas de identidad que les han caracterizado hasta este momento y que les han hecho ser lo que son.

Por mucho que se quiera esconder una revuelta social, (aunque sea en Tibet), un caso de corrupción (aunque sea municipal) o un caso de violencia machista (aunque desgraciadamente sea tan habitual), siempre será infinitamente más importante que el escándalo cotidiano de las Britneys, Paquirrines o Hiltons de turno. Y eso, muchas más veces de las deseadas, se olvida.

Y es que, últimamente las portadas de medios digitales, serios y no tantos, se están llenando poco a poco de este tipo de personajes, porque supuestamente lo demandan los usuarios (sic)…

La tiranía del clic, la banalización, el visitante fácil y las estadísticas rutilantes es pan para hoy y hambre para mañana. Conseguir reputación y credibilidad es realmente complicado. Perderla es muchísimo más fácil y rápido.

Y ésos que antes se gastaban el euro o las pesetas en comprar el diario todos los días, tarde o temprano terminarán penalizando estos comportamientos haciendo tambalear el negocio tradicional y el digital.

El cambio que han de afrontar las empresas periodísticas no es tanto qué noticias contar (el orden de prioridades sigue siendo el mismo, pese a quien le pese), sino de cómo se cuentan esas noticias. Utilizar todas las posibilidades y formatos que la red ofrece, crear contenidos y apostar por ella dejando de ser un mero refrito sazonado del producto tradicional es la clave. Vamos, dedicando medios humanos y técnicos, no sólo meras operaciones cosméticas de marketing.