Cuando eres la empollona de tu clase, tienes los pies planos, llevas unas plantillas ortopédicas como dos ollas a presión y tus padres te hacen las botas a medida (¡pobres!) creyendo que así se te hará más llevadero, se produce en tu entorno una ola de «solidaridad» consistente en que cualquiera se ve en la necesidad de decirte las verdades del barquero. Desde esa temprana edad empecé a valorar a los japoneses que consideran que decir verdades innecesarias te convierte en un paria social. Ellos son educados e hipócritas (bendita palabra), lo que supone mantener la compostura y no decir cosas desagradables en las relaciones superficiales, que son casi todas.
Montalbano, el comisario de policia siciliano del siempre ingenioso Camilleri, se pone frenético cada vez que alguien dice una frase hecha. Yo, sin embargo, después de los años de escarnio infantil, he desarrollado a partir de este sencillo instrumento diversas técnicas de comportamiento, a lo National «Geografic», que resultan la mar de útiles. Así, desde este consultorio Rosarillo, hago las siguientes recomendaciones:
– Si alguien lleva con orgullo no tener pelos en la lengua, huid!!! acabará dejándoos el ego lleno de malas-babas.
– Si una (porque siempre es una) se dirige a ti diciéndote «te voy a decir lo que opino de ti», poneos en guardia y evitad actitudes que os puedan llevar a acabar la discusión en el barro. Lo mejor, un uppercut verbal directo a la mandíbula tipo «muchas gracias por participar, pero lo que opinas de mí me importa un pito». Esto gana si te pegas media vuelta a lo folclórica con bata de cola, pero no siempre hay espacio para el numerito final.