Ando atacá y azacaná en este cierre de trimestre, como si me fuera la vida en arrasar con todo lo que me queda en las taquillas, sea bueno o sea un completo hueso de San Expedito. Y hay más de lo segundo que de lo primero.
Me enchufo en vena «La Búsqueda. El diario secreto«, a sabiendas de que nada puede salir de Nicolas Cage cada vez más transmutado en muñeca de Famosa, de las que en vez de ir al portal van en busca de una ciudad perdida (cualquiera, la que más rabia le dé al guionista), llena de tesoros y que encima les quede cerquita a la altura de un parque nacional cualquiera. Tengo pendiente, por cierto, contaros mis pésimas impresiones sobre uno de ellos. Pero me voy de tema, cual abuelilla cebolleta en la que me estoy convirtiendo últimamente.
La película, sin más pretensiones que estafarte con el combo de palomitas a la entrada, se dejaría ver si no fuera porque la cara de latex y el histrionismo de Cage no me deja concentrarme en la trama, que por otro lado se sigue con la neurona sobrante del Espárrago Rock. Mejora la cinta cuando sale Helen Mirren, haciendo de madre de la Nancy. Me pregunto si este fue el rodaje por el que plantó a la reina de Inglaterra. Yo, en su lugar, me hubiera aburrido con la tia Lilybeth y sus perros.
Como me sentía culpable de tanta palomita, me hice una película recomendada e independiente. Me metí a ver Once. Lo digo desde ya: estoy harta del cineasta sin un duro que se hace la película con su amigo cantautor tirando de CinExin. El cine también lo hacen los técnicos y directores de luz, sonido y arte, gracias a los que es posible salir de la sala sin quedarte bizco, ni con un zumbido de oidos propio de la práctica de apnea profesional.
También quiero decirle al mundo que hay una gran diferencia entre un final abierto y no saber como acabar una película. Consejo que doy a John Carney: si no sabes como terminar una película, haz un documental. Lo mejor: la musica y la Irglová, la inmigrante del este, cuya mirada y manera de ser y estar es lo mejor de la película. Lo peor: la música, que no para y es siempre la misma, y el prota cantautor Hansard (¿no era así como llamaba Bush a Aznar?) que es un plaxta al que con sólo imaginártelo sin barba le pierdes el respeto.
Uf, que agobio…