Hay películas malas, películas en las que te duermes, películas que sacan la bestia freudiana que hay en ti, películas que te hacen menear la cadera… y hay películas que te dan vergüenza ajena, que te retrotraen a tus trece años en el salón de tu casa viendo una escena subida de tono en la tele al lado de tus padres sumidos en plena sensación de papelón (nota: téngase en cuenta la edad de la comentarista y el desfase generacional con la media de los lectores).
Pues bien, Guardianes del día es una película de las de vergüenza ajena. Llego el viernes a mis Acteón, peculiares cines de Madrid construídos sobre las ruinas de los chamuscados Almacenes Arias y ubicados al lado de la Puerta del Sol, en la famosa calle Montera, paradigma de donde te mandan los conductores machistas cuando te insultan mientras te hacen una pirula. Y no te mandan allí a fregar precisamente.
Como decía, llegaba yo a estos cines hecha un brazo de mar (después de un día de jugar a las personas mayores) dando el cantazo: para llegar a la taquilla -como siempre- tuve que sortear más putas que espectadores y cuando llegué a la sala me sentí como un extraterrestre, única mujer entre una media de varones ventitantos, gafas de pasta negra y camiseta, aficionado al comic y a cualquier saga de esas del bien contra el mal. Cuando entré me miraron con cara de «¡Qué hará esta señora viendo esta peli. Se habrá confundido con la de «Sin reservas» que ponen en la sala de al lado!».
«¡Pues no, amiguitos! Que mi aspecto no os confunda. Soy más intensa y más moderna que vosotros ¡qué os habéis créido! Aquí donde me véis me tragué enterita la primera parte «Guardianes de la noche» en perfecto ruso subtitulado. ¿cómo se os ha quedado el cuerpo?», les miré desafiante.
Me senté, enganché las palomitas ilusionada pensando que iba a ver un peliculón como Guardianes de la noche – buena estética, guión bien hilvanado, personajes bien construidos, oscuridad y tal- y me encuentro con cambios de cuerpo al estilo hollywoodiense pero para hacer una escena lésbica de película X ucraniana de bajo presupuesto; mafia rusa con chandal con chorreras; declaraciones de amor con musica de Heidi de fondo; referencias guarripeich a las películas de retorno al pretérito perfecto futuro; búsquedas de objeto mítico que funciona o no dependiendo de las incoherencias de un guión lamentable (por llamarlo guión), y, en fin, unos malos de risa y unos buenos de pena. La película no acaba de decidirse por ningún género ni por ninguna estética y las mezclan todas, que para eso esta vez le han sacado la pasta a los americanos que son tontos.
Rodeada de los buscadores de La Fuerza, me sentí como mis padres cuando veían en la tele del destape unas tetas, conmigo de cuerpo presente. Con ganas de meterme debajo de la mesa camilla.