La selección española de fútbol ha tenido la desgracia de tener que jugar un par de partidos de clasificación para la Eurocopa al mismo tiempo que su homónima de baloncesto estaba disputando el Campeonato de Europa de baloncesto.
Digo esto porque se han puesto en evidencia, una vez más, las «sutiles» diferencias entre unos y otros. Independientemente de la calidad, que en mayor o menor medida los dos equipos la tienen, las comparaciones en este caso son realmente odiosas.
Mientras unos, con su entrenador a la cabeza, parecen estrellitas de Hollywood que están por encima del bien y del mal, no salen de sus habitaciones, entrenan a puerta cerrada y no hacen declaraciones no vayan a infectarse, los otros se ríen, firman autógrafos, juegan a la pocha, escriben bitácoras, y en definitiva, se lo pasan como lo que son: gente sana de veintitantos que disfrutan jugando.
Convivencia aparte, la actitud también cuenta. Mientras Marchena decía al final del primero de los dos partidos contra Islandia (1-1 contra la 117 del mundo) con cierto aire chulesco que «no pasa nada por empatar» y su compañero Albelda insinuaba que había gente que deseaba que perdieran, Pau, el mayor de los Gasol, se autoflagelaba por perder por un punto y ante una de las mejores selecciones de Europa un partido sin trascendencia.
Quizá sea por alguno de estos factores que una de ellas sea campeona de mundo y subcampeona de Europa deslumbrando allá donde va y la otra se arrastre sin pena ni gloria como mera comparsa por todas las competiciones en las que participa.
¿Adivináis cual es una y cual es otra?