Arriesgándome a que Carlos me llame gafapastosa, y con razón, a mi me gusta Lars von Trier. Pero no un poco, o de vez en cuando ni medio pensionista. Me gusta siempre. Ya sé que es un grave defecto de carácter pero si alguien me mandara un meme preguntándome cual ha sido la experiencia más impactante que he tenido en un cine, tras saltarme lo obvio, diría que la voz orginal de Max von Sydow al principio de «Europa«. Es inusual ver una pelicula sobre la postguerra de los alemanes vencidos, bombardeados y culpables con una estética en blanco y negro un tanto «Metrópolis«. Me enamoré de la película, a pesar de verla sentada en un pupitre en el cineclub del Instituto de Marbella, época de mi vida que, aparte de la peli y Sean Connery, prefiero no recordar.
Aunque no le he seguido en sus escarceos Dogma, he bailado con Selma cantada por Björk en «Dancer in the dark» (y con Catherine Deneuve, que hay que tenerlos bien puestos para ponerla a bailar a estas alturas de su carrera), me he emocionado con Emily Watson en «Breaking the waves» -película de la que nada esperas y de la que sales tocado- y se me han caido los pulsos con una trama que, transcurriendo en un estudio, sin paredes y con el plano marcado en el suelo («Dogville«) te engancha como si se hubieran gastado en ella el presupuesto de efectos especiales de «La amenaza fantasma«.
En fin, para que justificarme más, no soy objetiva. Así que, castigada por haberme quejado de las condiciones laborales en mi anterior crítica y estando el panorama carteleril de lo más perjudicado, acudí a mi proveedor subsahariano y, ante mi sorpresa, encontré «El jefe de todo esto» de mi Lars, que la quitaron de los cines antes de que me diera tiempo a decir «jesús».
Mi madre ya la había visto y me dijo «Hija, esa película no es que no haya quien la entienda, es que es un plomazo. Tu padre salió echando pestes». Mi padre no cuenta como opinador porque hace años que no ve nada que le guste (y yo voy por igual camino a este ritmo de estrenos cutre que llevo), pero lo de mi madre me dió que pensar. Aún así arramplé con el dividí y volví a caer en brazos de von Trier.
«El jefe de todo esto» es una película menor pero no por ello carente de interés. Hay mucho de humor danés en la que el mal rollo con los islandeses no pasa desapercibido, en la figura de un borde que va a comprar la empresa y no se priva de insultarles todo lo que le viene en gana. El argumento es simple: el dueño de una empresa que jamás ha revelado a sus compañeros que lo es, contrata un actor para hacer del jefe desaparecido ya que el islandés borde no quiere tratar con mandados. Y hasta aquí puedo leer. Los personajes son unos frikis, el actor un egomaniaco (parece que von Trier está hasta el sofá de Ikea de aguantarles y se despacha a gusto), y el dueño oculto un carota de tomo y lomo que se ha pasado la vida echándole la culpa de sus cabronadas al jefe invisible. Hay mucho de lo que se encuentra últimamente en las empresas, ésas que hacen ejercicios espirituales con vaca al fondo.
En fin, que me gustó mucho. Lo siento, mami, es lo que tiene el amor.