Archivos del 14 de agosto de 2007

Publicado por Tormento el 14 de agosto de 2007

Van Giogh /EstesNo me voy a andar con sutilezas. Tita Cervera me parece una hortera de bolera que irradia horterez en aquello que toca, como el Museo Thyssen-Bornemisza. Sólo hay que visitar la colección permanente y sufrir en silencio ese rosa salmón de las paredes que te deja en estado de shock, las pauperrimas cartelas y los montajes de las exposiciones temporales para atestiguarlo.

Siempre que voy a ver una temporal Chez Tita, salgo prometiéndome a mi misma que nunca más volveré, en un boicot absurdo que no la va a hacer pobre. Dudo mucho que echarme al hombro -a modo echarpe como ella hace– un realillo de cadenas en los árboles de la Castellana vaya a hacerla apartarse de las decisiones estéticas del museo. Pero debería.

El otro día de nuevo piqué y me fuí a ver las exposiciones de Estes y Van Gogh. Como somos un país de «dime donde hay que ir para ser fino que allí me planto pletórico de ignorancia» había tortas para ver la exposición de Van Gogh mientras que estábamos solas en la de Estes.

En el montaje de la exposición de Richard Estes, pintor hiperrealista del mismo movimiento pictórico que Chuck Close -del que hace poco hubo una retrospectiva en el Reina Sofía espectacular-, no se gastaron un duro pero tampoco estorbaron la obra: dos salas amplias, bien iluminadas, pintadas en blanco, que permitían ver las obras con la distancia adecuada y organizadas por temas que te permitían apreciar la evolución técnica del artista. Una exposición donde el centro es la obra y se luce.

Pero la exposición estrella, la de Van Gogh, ubicada en las salas especiales para las temporales, era muy Tita. Como siempre todo el montaje consiste en pintar las paredes de algún color (esta vez en azul oscuro que te comia la moral) sin modificar el reparto del espacio. Da igual que los cuadros sean grandes, pequeños, que necesiten distancia para verlos. Total, la gente va a pagar igual. Alguien debió pensar que era una buena idea hacer pases de 60 personas cada 15 minutos, con lo cual se consigue que, en la currutaquez de las salas se junten, al menos, tres turnos. 180 personas tiradas encima de los cuadros. Aunque intentes evitar la primera sala siempre te encontrarás con los del turno anterior, y cuando vuelvas para verla, te encuentras con los del turno siguiente.

Las cartelas dan detalles cursis que no te dicen nada sobre los últimos y febriles meses de vida de Van Gogh a los que se supone está dedicada la exposición, que, además, se ve mermada de espacio mientras se reservan dos salas grandes al final para la tienda de regalos y para poner un banco en el que la gente se siente después de tanto empujón.

En resumen, gente sudorosa, haciendo cola, compartiendo a cuello vuelto sus profundos comentarios con los restantes 179 más sus interlocutores al otro lado del móvil, junto con preciosos delantales de cocina con girasoles-made-van-gogh en la pechera a 40 euros.

Como me sugirieron a la salida que me quitara las frustraciones en el libro de reclamaciones, pues lo hago en el electrónico, que tengo muy mala letra. ¡Tita, paya, gástate algo en hacer un montaje deceeeeeente…!

 

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