Hoy lo tengo muy difícil, la verdad. He sido objeto de una contaminación cruzada producto de un vicio vergonzante: yo leo los libros de Harry Potter. Desde el primero hasta el último, que ya espera en los almacenes de Amazon con mi nombre para llegar a mis manos piscineras.
Sí, lo reconozco, sé lo que es un muggle, un dementor, la cárcel de Azkaban o los hechizos Avada Kedravra o Cruciatus. También es cierto que tal como leo el libro se me olvida y cuando anuncian el siguiente me tengo que leer el final del anterior.
He de decir que últimamente los leo un poco por obligación, por ver en que queda la cosa, una vez superada la primera sorpresa sobre la imaginativa crítica social que J.K. Rowling hace de los británicos.
Por eso, esta peli es un gadget más de forofos de la serie que la aprecian por sus detalles y no precisamente por su fuerza narrativa o porque sea una buena obra cinematográfica.
De esta película y para los adictos podemos destacar la representación del Ministerio de Magia en marmol negro mausoleo con un omnipresente Ministro Fudge a lo Churchil, y el personaje de Dolores Umbridge interpretada por una grande de la escena británica como Imelda Staunton. La Umbridge representa en sí misma el arquetipo del británico burócrata y bienpensante, con sus trajes rosa y su decoración recargada con motivos florales y de gatos, que trás el té y el «Queen English» esconde un carácter cargado de intransigencia victoriana autojustificada. Lo que un amigo británico llama «nastiness«.
Y poco más, a parte del ambientillo de la sala en la que un «¡no me jodas!» de un espectador tras el «Voldemort ha vuelto» del Ministro Fudge en la pantalla, nos hizo reir a todos. Como el Rocky Horror Picture Show pero de andar por casa.