Archivos del 8 de junio de 2007

Publicado por Tormento el 8 de junio de 2007

Viene de Kalinka

Metro de MoscúAprovechando que nos dan la pernocta, nos escapamos a visitar la ciudad antes de que Andreev le dé por zarpar y llevarnos a parajes varios de la profunda Rusia. Yo que siempre voy de empollona gafotas informo a mis compañeros que no muy lejos hay una parada de metro que nos lleva a la Plaza Roja. Preguntamos en recepción, les notamos renuentes. Parece que está por salir una excursión de pago y que nuestra disidencia les costaría 150 euros. Me pongo pesada como sólo yo sé ponerme. Al final nos indican. Un amable austriaco nos acompaña porque está cerca pero de imposible localización.

La estación es la última de la línea, lo que nos indica que estamos allí donde acaba la moqueta moscovita. Hay una cola en una estación cutre para sacar los billetes en la que todo el mundo intenta colársenos. Debemos tener una pinta de turistas de asustar. El famoso metro de Moscú no sé si es el más lujoso (sin ver las estaciones más espectaculares, nos hartamos de ver ámbares, mármoles y bronces) pero sin duda es el más eficiente: pasa un tren cada minuto y cada minuto se llena hasta las trancas.

Todo está en cirilico, así que, intuitivamente, acertamos con la dirección a la que queremos ir. La otra opción habrían sido las cocheras rusas que se me antojan un gulag urbano.

Tras media hora y dejando miguitas para saber volver conseguimos pisar la superficie al lado del Bolshoi. Mi gozo en un pozo: está en obras y no se puede visitar. Hace un frío que pela y se pone a nevar. Mi primera impresión no es buena.

Tiramos para la Plaza Roja que encontramos cerrada por no-sé-qué celebración de la II Guerra Mundial. Lenin enmomiado quedá al otro lado de las vallas y de un señor -con mucha mala leche como la media en este país- que no nos deja pasar. No se lo reprocho. No debe ser sencillo convivir en un sitio en donde los antiguos almacenes GUM socialistas-estatales y fachada mirando al Kremlin– están llenos de lujo occidental, mientras, al lado, en la puerta de la plaza tres mujeres de ropa raída y muchos años se pegan por coger al vuelo las monedas que los turistas echan por encima de sus espaldas mientras posan sobre la chapa del kilómetro cero ruso, en una ceremonia que no viene en las guías. Si te pones mirando hacia la plaza sobre este punto puedes ver la tienda de Christian Dior en los GUM. Mirar hacia atrás y ver esa pobreza es cosa tuya. Hasta en la pobreza hay grados: mientras las tres cazadoras rechazaban algunas monedas por ser insignficantes, a nuestra vuelta de Kostroma pude comprobar que una mujer de iguales características intentaba sacar de entre los ladrillos del suelo las monedas que las otras no querían. Aquí, para algunos, 10 rublos (28 céntimos) hacen la diferencia.

A la media hora hacía sol y nos encaminamos a los sitios clásicos para hacer el turista, mientras merodeadores de orejas despegadas y cazadoras cortas nos acechaban a la espera de levantarnos todo lo que llevábamos encima. Sacaron fotos (yo es que soy alérgica), nos compramos los gorritos de rigor y la botella de vodka que luego me intervendría una petarda en Milán (como véis queda mucho por contar).

De camino a Arbat veo el concesionario Rolls-Royce. No me extraño, la ciudad está petada de los mismos coches caros (aunque más abundantes), las mismas tiendas caras y las mismas cadenas de ropa que en cualquier capital europea. Si había algún encanto en la estética soviética, ya sólo queda en el logo del metro.

Nos vamos chutando que Andreev nos espera, no vaya a ser que no encontremos las miguitas y tengamos que quedarnos aquí recogiendo kopecks en la Plaza Roja.

 

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