Yo en cuanto veo un trailer que me promete nave interespacial con señal del espacio profundo y muertos a tutiplén, allí que me plantó con mi caja de palomitas extragrande, de las de precio de hijuela-que-te-dejó-un-tío-de-Murcia. Así he conseguido, tras superar mi época Kurosawa en versión original subtitulado en húngaro, una culturilla de películas intergalácticas. No hay que olvidar que soy una niña Alien, cosa que nadie habrá dudado tras leer algunos de mis post más macarras.
A lo que íbamos. Todos hablan mucho y muy bien de «2001, una odisea del espacio«, a la que consideran referente de todo lo que sea una nave con ordenador central parlante, bien modelo cabrón, bien hermanita de los pobres, como el que sale en Sunshine. Por cierto, aprovecho para decir que 2001 -y mira que me gusta Kubrick– me parece un tostón.
En Sunshine hay también el elemento miedo a la nave fantasma, que me recuerda siempre al pasillo de la casa de mis abuelos, en el que te podía salir cualquier bicho asesino y mutilante del cuarto del teléfono de camino a la cocina que estaba al fondo. En Sunshine no hay bicho tipo el alien de Giger, pero sí señal de nave ajena con chinamiento total o parcial, pero siempre asesino. En esto tiene un cierto parecido a la, para mí, excelente película «Horizonte final«, traducción libérrima de su título original «Event horizont» basado en una teoría sobre los agujeros negros que es el eje central de la película. Otro ejemplo de indisimulada ineptitud tituladora, esa que le pone a todas las películas pseudo-espaciales la palabra «final» o a las de loca sexo-peligrosa «fatal».
Sunshine, como todas las citadas, son del modelo «metido pa dentro», nada de batallas galácticas, ni de teletransportadores, ni de misters Spocks. Dirigida por Danny Boyle, el de Trainspotting, nos cuenta el final del viaje de un grupo de astronautas multiracial – algo que se lleva ahora mucho-, que en lugar de mandarles a reventar un asteroide, al estilo Armaggedon, se van a estallar el sol (¿qué será lo próximo?) que está el pobre que se apaga a toda mecha. Mucho de «aquí hemos venido a morir por la salvación de la tierra» y algo de reflexión argumental tipo «pulvis es et in pulverem reverteris» (polvo somos…) de miércoles de ceniza.
Y poco más puedo decir, que se me sentó al lado un señor de edad indefinida con gorra de beisbol y aspecto de haber vuelto de Raticulín, que leía los títulos de crédito y comentaba las escenas mientras se sacaba la dentadura postiza entre sorbo y sorbo de Coca-Cola. Así no hay manera. Invitaciones para los pre-estrenos ¡ya!