Publicado por Tormento el 18 de febrero de 2007

Viene de Homeless tokiotas

Nos vamos acercando al embarcadero de Hinodi, nuestro destino, pero por error desembarcamos en uno de los jardines menos destacados en las guías pero más espectaculares de Japón: el Hama-rikyu.

Este antiguo coto de caza de los Tokugawa queda al lado del mercado de pescado de Tsujiki y de la zona de negocios de Shimbashi, por eso su parte frontal siempre está llena de oficinistas disfrutando de un momento de paz en esa vida suya que es una continua e inacabada jornada laboral.

Nos perdemos y encontramos el monumento al “pato desconocido” levantado en desagravio a los caídos en este parque a manos de los Shogunes a lo largo de varios siglos.

Hay un lago y, al fondo, un puente y una casa de té etérea que flota casi transparente. Entro, me arrodillo en una de las esterillas que cubren el tatami y pido un té. No es la casa de té más formal ni más lujosa en la que entraré en Japón. Tampoco estoy en la mejor época: demasiado tarde para ver el sakura en flor y demasiado pronto para disfrutar del rojo de los arces en otoño. Pero es la primera.

La camarera se arrodilla para preguntarme que quiero y se arrodilla para servirme la taza con matcha amargo batido y el dulce que siempre lo acompaña. Hace una reverencia. Formando con mis manos un triángulo, pego las palmas en el suelo y, acercando mi frente hasta que las toco, devuelvo la reverencia.

Giro la taza de té batido y miro desde la veranda en dirección al lago donde se reflejan los torturados y resignados pinos centenarios. Y aunque debería pensar en la belleza del momento, no paro de preguntarme como puñetas son capaces de permanecer sentados así. Comprendo entonces cuánto me queda para ser japonesa.

  Hama-rikyu


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