No se de que vive la gente aquí (en Sudáfrica), pero me informan que un número muy importante de ellos viven de proteger a la minoría blanca del ataque de la mayoría negra que (¿por qué será?) les tienen un poquito de manía. El hotel junto a nuestro Fort Knox ha sufrido 22 ataques en lo que va de año. Cuando tu vida no vale un pito no valoras mucho la de los que atacas y violas, qué se le va a hacer. Teniendo en cuenta el porcentaje de enfermos negros de VIH que hay en Sudáfrica, hasta el MAE te daba instrucciones de qué hacer en caso de violación (alguien se ha debido de quejar, porque lo que el MAE publica ahora no tiene nada que ver con lo que imprimí el 4 de octubre). No hay más que leer Desgracia o Esperando a los bárbaros de Coetzee para entender de qué va esto.
Y de lo que va me lo cuenta una sudafricana en estos términos:
– Los problemas de seguridad es el coste que hay que pagar por vivir en el primer mundo a precios africanos. Mi casa, un chalet de cuatro habitaciones, piscina, garage… cuesta 8.000 euros, valla electrificada incluida. Yo vivo en uno de esas urbanizaciones (señala una agrupación de chalets rodeados de unos muros como los de Alcatraz, como tantos que se ven en la carretera de Johannesburgo a Pretoria). La pena es tener tan cerca uno de esos «informal settlements» que lo afean tanto.
– Parece un poblado chabolista, como en los que se vende droga en España, le replico ante una denominación tan cursi como «asentamiento informal».
– Es el nombre oficial que reciben, me contesta. Han decidido que no es ilegal montar el chabolo en cualquier parte, para evitar problemas, pero como tampoco los regularizan dándoles servicios han decidido ubicarlos en el terreno de la «informalidad legal».
– Y ¿de verdad os compensa vivir así, paseando por calles de imitación?
– ¿Dónde iba a tener el servicio doméstico que tengo al precio que pago aquí? Por unos 150 dólares tengo una interna que cuida de mis tres hijos, de la casa, de todo. Además, no tiene queja, le hemos dado una educación para que así pueda educar adecuadamente a nuestros hijos. Es una cuestión de acostumbrarse y de pagar un extra por seguridad. Mira, aquí debajo del salpicadero llevo un botón del pánico: si me atacan en un semáforo, lo aprieto y de inmediato tengo encima un helicóptero de la compañía de seguridad con sus armas al hombro. El coche, aparte del GPS, tiene sensores por todas partes. Si alguien intenta desmontarme una rueda saltan y la policía le pilla de inmediato. El otro día que entré en Soweto para llevar a unos amigos a visitar la casa de Mandela recibi una llamada de los de seguridad «Madame, ¿sabe que está entrando en Soweto? ¿va por su propia voluntad? ¿seguro?», y así cada cinco minutos.
No quise seguir preguntando.