Con nombre de batalla de la Segunda Guerra Mundial, tras el obligatorio control de seguridad, se encuentra el centro del pijerío de Joburg (Johannesburgo para los de allí): una reproducción a escala natural de un pueblo de la Toscana italiana.
Yo, que sin mediar provocación me apunto a un bombardeo, cuando me propusieron salir a cenar «por ahí» en esa tierra africana electrificada me sentí como una Lady inglesa buscando las fuentes del Nilo. De camino me fueron contando que, a la vista de que el centro histórico de Joburg está tomado al asalto en plan Mad Max, han decidido hacer otro centro bunquerizado y en fino que era, precisamente, hacia donde dirigíamos nuestros pasos. «Mirad -dije, dirigiéndome a mis salvadores- vaya horterada que hay a la derecha de la carretera. ¡Si parece un pueblo español con su torre de iglesia y su canesú!». Por primera vez en mi vida lamenté haber aprendido a decir horterada en inglés: ése era nuestro destino, Montecasino.
Montecasino es una combinación de parque temático, centro comercial, casino y hotel, éste imitando un palacio italiano (el Intercontinental Palazzo). No os hacéis idea lo raro que es cenar mirando a un jardín sacado de La Dolce Vita, sabiendo que estás en los confines del continente africano, a pesar de que la noche era estupenda y la comida mejor.
Pero más rara aún es la entrada en el edificio a lo Samuel Bronston que constituye el edificio principal. Porque Montecasino, el mega edificio, encierra en sí mismo una reproducción de un pueblo italiano, con su suelo de empedrado como hecho por Vicente Rico, sus callejuelas, sus Fiats 600, sus sujetadores colgados de los tendederos napolitanos, sus puentes del amor y su cielo falso en el que proyectan un día infinito.
Al entrar (señores por el portón de la izquierda, señoras por el de la derecha) te pasan el detector de metales y te invitan a dejar tus armas en los «gun deposit boxes» que se encuentran donde en otro país estaría el guardarropa. Si quieres comprar e ir al cine, te paseas por el Montecasino de día. Si quieres cenar, tomar copas y jugar en el casino, te vas al de noche. En éste la sensación es la de estar en Las Vegas, con sus vedettes y sus plumones, en lugar de en un pueblo italiano en Sudáfrica.
La verdad es que uno acaba saturado de estas realidades virtuales en plan muñeca rusa: cuando crees que estás en Las Vegas-Matrix, resulta que descubres que se trata de la Toscana-Sión, que en realidad oculta la Sudáfrica blanca, esa que es, en sí misma, otra realidad paralela.