Archivos del 19 de febrero de 2006

Publicado por Chiqui el 19 de febrero de 2006

Café con...Gorka Lejarcegui es fotógrafo del Diario El País y Premio Ortega y Gasset en 2001.


El reality show de Abu Ghraib
La tecnología digital ha permitido a cada persona sentirse más fotógrafo. Ahora no hace falta esperar para ver las fotos y, si no nos gustan, se borran y se repiten. La posibilidad del ensayo, error y corrección inmediatos ha puesto punto final a los complejos de los aficionados sobre el resultado de sus fotografías.

Así, empieza a ser rara la situación o acontecimiento personal-familiar del que alguien no tenga algún recuerdo en imágenes, mientras que hasta hace poco tiempo era necesario contratar a un profesional para asegurarnos una colección de fotografías que “fueran a salir”.

Una pequeña cámara digital y alguien de confianza son suficientes ahora para que cualquier momento quede registrado de forma satisfactoria. Y los álbumes, tanto los de cartón como los digitales, se llenan de fotografías de las más variadas situaciones, incluso íntimas ya que los sentimientos de pudor y vergüenza desaparecen al no ser necesaria la participación de “extraños” en el acto fotográfico. 

Es la era del “reality show personal” en la que todo es susceptible de ser fotografiado y es cada individuo quien decide lo que se fotografía o no de su vida. Posa ante sí mismo o ante alguien en quien confía tal como es, complaciente y cómplice, teniendo la seguridad (que no tenía en otro tiempo) de que las fotos saldrán. Y el control es total porque el individuo es, además, quien decide lo que se conserva, lo que se elimina y lo que comparte. Cuando la parte íntima del proceso, el propio acto fotográfico, haya finalizado, recurrirá probablemente al e-mail para distribuir las imágenes entre sus allegados.

Las fotografías de los soldados americanos en Abu Ghraib se enmarcan en este contexto de imágenes “privadas” y  “domésticas” registradas por personas del entorno y de la confianza de los protagonistas. Se trata de imágenes que jamás podría captar un fotógrafo profesional cuyos servicios se requirieran para fotografiar la guerra.

Desde que Roger Fenton fuera enviado en 1855 para documentar la guerra de Crimea han sido numerosos los conflictos que han sido fotografiados. Pero Fenton, contratado por el gobierno británico, fue enviado a Crimea con unas directrices claras y concisas acerca del tipo de fotografías que se esperaban de él. Ya el primer reportero de guerra tuvo, pues, un acceso limitado y condicionado a los hechos. Sus imágenes no mostraron ningún horror ni sufrimiento.

Haciendo un ejercicio de memoria y buscando fotografías de guerra que muestren el dolor de las víctimas, podríamos recurrir a las imágenes de los judíos que el nazi Mengele utilizaba para sus experimentos o a las clásicas de la guerra de Vietnam donde los soldados americanos escoltan a un grupo de niños víctimas de un bombardeo con napalm o la escalofriante foto de Eddie Adams en la que el jefe de la policía nacional de Vietnam del Sur ejecuta a un sospechoso del Vietcong. Más recientes son las imágenes de los heridos en actos de violencia en Oriente Próximo o las víctimas de los atentados en Irak.

Pero en ninguno de estos casos aparecen los ejecutores junto a las víctimas posando sonrientes, como si se tratase de un cazador que posa junto al ciervo que ha abatido o de un pescador que ha logrado capturar al mayor de los salmones. Y en el caso de las fotos de Abu Ghraib, los soldados sí lo hacen. Se muestran orgullosos junto a los reclusos iraquíes exhibiéndolos en algunos casos como trofeos de caza y en otros como animales salvajes que han domesticado y sometido a sus deseos.

Son, sin duda, fotografías distintas a las que conocíamos hasta ahora sobre cualquier conflicto bélico. No se trata de fotografías de guerra. Son imágenes de la propia condición humana.  Es el discurso fotográfico del reality show que no está sujeto a los filtros burocráticos del organizador de un acto público ni a los filtros estéticos o compositivos. Es un discurso fotográfico directo. En él, la alegría se transmite como alegría, la tristeza como tristeza y el dolor únicamente como dolor. No hay lugar para las ambigüedades, ni dudas acerca de segundas intenciones o lecturas. 

Las imágenes de sufrimiento, terror, sometimiento, castigo, horror y humillación en la cárcel de Abu Ghraib o el vídeo de los soldados británicos en Basora, fueron captadas con el total beneplácito y la complicidad de los actores que posan ante la cámara. Se trata de imágenes que fueron tomadas, a priori, con la única intención de ser “recuerdos privados” de los momentos victoriosos y triunfales de unos soldados. La crudeza que desprende tanta desinhibición se convierte en el mejor de los acicates para revolver nuestras conciencias y rechazar de la manera más enérgica los actos que muestran.

 

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